Crónica 5
El incendio y las vísperas (1964)
«Patria» era, en fin, su relación sexual entre él y los objetos de arte. Divisa de belleza, importación de gracia y señorío.
Porque un cadáver está vivo cuando no ha desaparecido en las sombras de una comisaría o en un baldío con desperdicios.
Por fin he terminado la novela. Me demandó mucho más tiempo de lo que creí cuando comencé su lectura. La tardanza respondió a dos cuestiones. Una física: adquirí el texto a través de la compra digital; no conseguí bajarlo a otro dispositivo que no fuera la computadora y, salvo en el momento de la escritura, no logro permanecer mucho tiempo aferrada a la pantalla en este paisaje. Extraño aquí ¿más que en otro sitio? la itinerancia que proporciona el libro (o incluso la cómoda tablet) ese ir y venir del cuerpo eligiendo los distintos escenarios, ese echarse hacia atrás bajo la sombra de la palmera, la cabeza acomodada sobre el almohadón improvisado, las piernas ligeramente encogidas para sostener sobre las rodillas las tapas y el alcance de la mano para conseguir el subrayado o los dobleces en la hoja.
La otra cuestión refiere al mismo texto y se vincula totalmente a la historia que iba leyendo.
Creo, y no exagero, que desde las primeras páginas me sentí en la obligación de finalizarla, pero con desilusión.
Intento, para escribir esta crónica, no indagar en otras reseñas ni críticas sobre la obra para reflejar lo que le ocurrió a la lectora, que soy yo, con la novela.
Quizás, pienso hoy, exactamente sesenta años después de su publicación, la mirada sobre ella está teñida, inevitablemente, de lo ocurrido en esos años en nuestro país, en su historia que es mi misma historia. Como ya he comentado para los libros anteriores, Beatriz Guido traza su entramado a partir de acontecimientos o referencias contemporaneos a su escritura. El resultado es por momentos, entonces, una pintura realista. Las menciones en su texto pueden rastrearse, ya sean ubicaciones, casas, personajes, sucesos.
En El incendio y las vísperas no hay lugar a las dudas. Lo que se narra no se insinúa o permite sobreentendidos: las cosas por su nombre y la postura política de la autora al descubierto. La trama me conducía a posturas extremas y, aunque los buenos de la película tampoco se presentaran como tan buenos sino como personajes en franca decadencia, eso, aventuro, confabulaba para que se me hiciera cuesta arriba continuar la lectura.
La novela se convirtió de inmediato en un best-seller. Imagino el deleite de muchos de los lectores al seguir la historia que desnudaba la intimidad de una familia de clase alta, al poder acceder a una casa como la de la calle Schiaffino o a «Bagatelle».
El casco es un castillo normando que se ve desde el camino a Mar del Plata, tiene un parque de ciervos, tiene cancha de polo […] Había un claro en el bosque que permitía a los viajeros ver el ala derecha o el «ala del amanecer», como la llamaban ya que por ese lado amanecía…
Imagino, quizás a muchos de los lectores leyendo con la misma curiosidad de aquellas costureras de la novela anterior de Guido, Fin de fiesta, deslumbradas por la cercanía con esa apariencia inalcanzable.
Pero también tuvo muchísimas críticas, basadas principalmente en lo que decía el texto.
¿Puedo seguir escribiendo sobre la novela sin detenerme en lo que sobre ella se escribió en su tiempo? ¿Sin mencionar, por ejemplo, a Arturo Juaretche y el artículo que le dedicó adjudicándole el mote de “medio pelo”? ¿La novela me obligaba a tomar partido?
Soy parte de esa historia que se narra y no pude leerla sin escaparle al presente de una fractura que como sociedad se ha acentuado; a un hoy en el que no hemos podido (y el plural refiere a un nos que me incluye sin dudas) sobrevolar los anti o de un lado u otro.
Pero en su momento fue best-seller. ¿Lo sería hoy?
En una entrevista que le realizara Orlando Barone a Beatriz Guido, en 1979, frente a la pregunta qué es un best-seller, ella responde:[1]
Con Adolfo Bioy Casares hemos tratado muchas veces este tema. El tuvo su experiencia con Diario de la guerra del cerdo, una de las grandes novelas de nuestro tiempo, que apenas salió llegó a vender 30.000 ejemplares, una cifra inusual para Buenos Aires. Con Bioy tenemos nuestras dudas, claro. Nos preguntamos si ser un escritor mayoritario no significaba haber concedido y haber sido complaciente con el lector… Un best seller no es sólo el libro que leen los que nunca leen sino el que leen todos.
Años más tarde, dice:
… en ocasión de la publicación de su libro de cuentos Los insomnes (1973), Guido volvió a reflexionar sobre el significado de El incendio y las vísperas y sobre su intervención en el debate de los años 1960: «En El incendio le hago juego a la derecha. Tienen razón aquellos que me criticaron. Intenté pintar lo que puede hacer una clase para defender la tierra; se hacen peronistas para que no les parcelen el Parque de la Ancianidad; ahí sí hice política de clase. Critiqué tanto lo de Perón, torturas, etc. que se me fue de las manos, me pudo mi clase». (Los insomnes 12).[2]
Busco, ahora sí, referencias externas y me detengo en un texto de Noé Jitrik, Seis novelistas argentinos de la nueva promoción (1959) que logro encontrar en su versión pdf. Por miedo a extraviarlo lo guardo enseguida en el escritorio de mi computadora para su lectura, privilegiando su lectura sobre otros que también circulan en la red sobre Beatriz Guido, por esa cuestión que ya he referido, la imborrable cercanía.
Cierro la crónica para envolverme en esa lectura y, para mí sorpresa, la computadora no se interpone en el goce físico ni interfiere con el rumbo que cada tanto lanza la mirada hacia el mar. .
[1] Entrevista para revista Mercado, 20 de diciembre de 1979: www.magicasruinas.com.ar/revistero/argentina/testimonio-beatriz-guido.htm
[2] Marcos Zangrandi, “Polémica en tres tiempos. Debates alrededor de la saga nacional de Beatriz Guido”. Lit. lingüíst. no.33 Santiago 2016, en https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0716-58112016000100010