BEATRIZ GUIDO – Nuevo viaje

Crónica 1

 

La pulsión es inevitable. Agradecida por su irrupción, me entrego a ella. Así, por ella, por ese impulso, doy inicio al viaje.

El plan no se traza lentamente. Se impone con urgencia, con la intensidad que imprime la tensión interna. Es el deseo, es el goce, es el placer eminente. Es la ruta que se vislumbra fascinante y única de la aventura.

Aún así, hay un plan. Lo diseño, lo trazo, elijo las coordenadas mientras evoco otros viajes.

Ya me embarco y en la maleta lo primero que coloco son retratos. Fotos personales que remiten a los recuerdos que tengo de Beatriz Guido. Pocos en realidad, más vinculados a la figura de mi madre leyéndola que otra cosa, ya que Guido estaba presente en la biblioteca familiar junto a Silvina Bullrich, Bioy, Borges, por nombrar solo escritores argentinos, y entre tantos otros.

De la biografía de Beatriz Guido me detengo en algunos datos: nacida en Santa Fe en 1924, era hija de Berta Eirin, actriz uruguaya y del arquitecto Ángel Guido, autor del Monumento a la Bandera. Ya separada, conoce en casa de Ernesto Sábato, en 1951, al director de cine Leopoldo Torres Nilson, de quien será pareja hasta la muerte de Torres Nilson en 1978.  Ella muere diez años después.

Contemporánea de estas escritoras que se me han revelado como “perdurables”, sin embargo, su obra no ha sido reeditada. Dice la solapa que acompaña la edición de La casa del ángel, que luego de la muerte de Torres Nilson, su voz se acalló.

Peculiar y controvertida voz, leo luego.

Hoy inicio esta crónica, casi festejando sus casi cien años de vida (había nacido un 13 de diciembre de 1924, aunque algunos sitios señalan 1922).

Comienzo con la obra inicial, la que acabo de citar, que le valió ganar el concurso Emecé novela en 1954.

La edición que tengo es una que acabo de conseguir (con algo de trabajo por cierto), luego de descubrir, ya sin sorprenderme, que hay poco o nada digitalizado de la escritora.

La edición responde a un proyecto dirigido por Abelardo Castillo, “Los recobrados”, y es del 2008.

Señala Castillo en el prólogo:

 … Se podría hacer un canon alternativo de la literatura argentna con libros que ya no están. Banchs, Lynch, Holmberg, Manauta, Alfredo Varela, Cancela, Pedroni, Eduardo Wilde, Lucio V. López, Rafael Gallardo, Payró, Fray Moch, Juan L. Ortiz, Kordon, Beatriz Guido, Sara Gallardo, Wernicke, Constantini –y, hasta no hace tanto tempo, Macedonio Fernández, José Bianco u Oliverio Girondo–, son algunos de los autores de esos libros….

(Agregaría a esa lista a Norah Lange).

 

En cuanto a este viaje, lo comienzo hoy, sentándome de a ratos, como corresponde a los últmos días de diciembre, entre el vértigo de los saludos y los encuentros impostergables, deliciosos pero comprimidos por la repentina sensación que nos atraviesa y, por momentos, abruma; como si no hubiera luego un día después.

Escribo en el tiempo ineludible de los balances: un libro recientemente publicado, Leer levantando la cabeza, un poemario ya cerrado, en el ámbito de los proyectos de escritura. Mis otros balances, con sus más y menos, no corresponden a esta crónica, pero están presentes junto a mi computadora.

Tiempos también para invitar a la mesa a los ausentes, a lo perdido y a los afectos.

El contexto, además, en que escribo le interesaría a la propia protagonista de estas notas, Beatriz Guido.(que no le escapaba a la realidad ni a los debates políticos): la Argentina flamante ganadora de la Copa Mundial de Fútbol, el país entero festejando, espontáneo y feliz, hastiado de una clase política rancia, corrompida y pesada que le va negando al país su lugar en el mundo.

Así es que comienzo el viaje ansiando por momentos el horizonte del mar de Imbassaí, su energía y tranquilidad para leer y escribir levantando la cabeza.

 

 

 

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