William Shakespeare – La tempestad

La tempestad se representó por primera vez en 1611 en Londres. Cuatrocientos nueve años después leo el texto de William Shakespeare. Al mismo tiempo, me encuentro en el final del viaje emprendido por la narrativa de Bioy Casares, y la lectura no escapará a la influencia que ejerce sobre mí el escritor argentino.

En un primer intento de escritura, y por la cercanía con la novela de Sara Gallardo que leo casi como en un continuado, Enero, busco establecer una vinculación. Pero es tan solo un deseo que surge espontáneo, provocado por el placer que me provocan ambos textos. Enseguida comprendo que cada uno requiere un abordaje diferente.

Es así que esta crónica la dedico tan solo a la obra inglesa.

En una de las tantas biografías de Shakespeare que circulan por la red, encuentro que:

La fuente de esta obra debe buscarse en la commedia dell’arte italiana; algunas intrigas análogas a la suya han sido descritas por diversos estudiosos. Shakespeare combinó con estos elementos italianos detalles del naufragio en las Bermudas de sir George Somers (25 de julio de 1609). Otros eruditos consideran como fuente probable de la tragedia la novela castellana La gran conquista de Ultramar.[1]

Con estos elementos, que no se concluyen en sí mismos —el estudio de la obra de Shakespeare es inmenso—, se construye este texto señalado como escritura póstuma, ya que corresponde a la etapa de madurez del autor.

Carolina Mardones en su trabajo “La Tempestad, de Shakespeare, en el museo Xul Solar”[2] señala que:

La Tempestad es una obra cuyo relato sucede en tiempo real, lo que significó una completa novedad por parte del autor; en este sentido, la pieza no encuentra precedentes en la historia del teatro. La estructura dramática de cinco actos y un epílogo, se desarrolla en tres horas aproximadamente, y en más de una oportunidad los personajes hacen referencias al transcurso del tiempo. La unidad se compone por una gran diversidad de elementos que se yuxtaponen, se conjugan, cada uno tiene su propio desenlace, y allí todos mantienen relación. Progresivamente, todos los personajes, salvo el pérfido Antonio, demuestran haber cambiado hacia el final de la obra

La narración conmueve por los temas que plantea y, sobre todo, por la melancolía, quizás encarnada en la figura principal, Próspero, un anciano que busca, en el final de sus días, redimirse con quienes fueron sus enemigos.

Poblado de elementos sobrenaturales, conjurando situaciones oníricas, y por momentos apelando al humor, se desarrolla el drama que sucede en una isla, a la que ha llegado milagrosamente el duque de Milán, Próspero, junto a su pequeña hija, Miranda, y algunos libros de magia, su único tesoro, cuando es desterrado y lanzado a alta mar por su hermano Antonio. En la isla vive Caliban, único habitante –mitad monstruo, mitad hombre–, hijo de una hechicera que también había sido desterrada, y algunos seres sobrenaturales como Ariel, un elfo que se pone al servicio de Próspero cuando éste logra liberarlo del embrujo de la hechicera.

En ese escenario que, por momentos, me recuerda al de La Invención de Morel, se desarrollará el resto de la trama que se centrará en la tempestad, provocada por Próspero, con ayuda de Ariel, que hace naufragar el barco que lleva al hermano traidor, a su hijo, Fernando y al rey de Nápoles. El naufragio los acerca sin remedio a la isla habitada por su enemigo.

El primer sitio citado señala además:

La tempestad es el más personal de sus dramas y parece reflejar a veces el pensamiento más profundo del dramaturgo: «Somos de la misma sustancia de que están hechos los sueños, y nuestra breve vida está rodeada de un sueño» (IV, esc. 1).

Me aparto en esta crónica de las vinculaciones literarias, e incluso políticas, que se desprenden de la historia Eludo estas cuestiones sin quitarle su importancia. Existen extensos estudios sobre ello, muchos publicados en la Red, sobre La Tempestad como así también sobre toda la obra de Shakespeare. Todo texto debe leerse en su contexto socio-histórico y el teatro que proponía Shakespeare no escapaba a su realidad circundante. Pero el diálogo que establezco, y que abre las ventanas a todas las lecturas posibles, provoca otras cuestiones.

Por ejemplo, y en relación al viaje emprendido con Bioy Casares, que puede seguirse en mis crónicas anteriores, encuentro una similitud en el escenario donde se ha refugiado el prófugo de La Invención de Morel. La isla aparentemente desierta, así por lo menos él lo piensa hasta que encuentra a Faustine y luego a los otros habitantes, que la trama develará luego como hologramas. Morel apela a la ciencia de lo que hoy conocemos como realidad virtual, un aparato que logra reproducir para siempre el vínculo amoroso con Faustine. Como Próspero, el protagonista termina fundido en esa irrealidad, casi como la de un “sueño”, para perpetuarse en su amor con la mujer. El encantamiento que ha creado Morel lo alcanza también, en algún punto redimiéndolo, liberándolo por la ilusión del amor, que prevalece sobre la situación penosa que lo llevó al exilio. Próspero en su exilio involuntario, refugiado en una isla, rodeado de la magia que desarrolla y encuentra en la nueva geografía, logrará sublimar años de odio en la bendiciones que derramará sobre el amor de su hija con Fernando.

Recientemente el Ministerio de Cultura de la Ciudad puso a disposición, de modo virtual y gratuito, la reposición de La tempestad, en versión y dirección de Lluís Pasqual, pieza estrenada durante la temporada 2000 en la sala Casacuberta, y que forma parte del archivo histórico del Teatro San Martín.

Así, como en otras oportunidades, la coincidencia o esta gratuidad que provoca el acceso virtual para poder asistir a la presentación veinte años después me emociona, también el actuar de Alfredo Alcón como Próspero, o el Cáliban que interpreta Carlos Belloso.

Cierro con las últimas líneas de “Everything and Nothing”, cuento de Jorge Luis Borges en El Hacedor:

La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo. La voz de Dios le contestó desde un torbellino: Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estabas tú, que como yo eres muchos y nadie.

 

 

[1] Biografías y Vida, https://www.biografiasyvidas.com/monografia/shakespeare/tempestad.htm

[2] core.ac.uk› download- pdf

 

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María Claudia Otsubo