Las mujeres tras la condesa

Pues lo que fascina no es lo agradable sino lo insondable

 

 Es como un ovillo que imagino voy desenredando, aunque sin darme cuenta que él va urdiendo, con sus hebras libres y extensas, un tejido propio bajo mis pies, impulsándolos hacia otras y distintas direcciones. Quizás sea efecto de este tiempo detenido en la playa, un encantamiento provocado por el susurro constante del mar; el resultado si se quiere también del particular silencio que ha venido a suplir el desgaste de otras voces. Tiempo y espacio disponibles para explorar, para emprender viajes literarios insondables.

Hoy quiero escribir sobre nosotras, las mujeres tras la condesa: Valentine Penrose y Alejandra Pizarnik. He leído los textos completos de ambas, uno después del otro y viceversa, ambos publicados con pocos años de diferencia, el de Penrose, Erzsébeth Báthory, la comtesse sanglante, en 1962; el de Pizarnik, La Condesa sangrienta, en 1966.

He comprobado que hay mucho escrito sobre ambas escritoras. Trato de no abandonar el impuso inicial ante la excelente reseña de María Negroni[1] (que invito a leer), procurando seguir esta crónica que intuyo va por otro camino. Porque, también como le sucedió a Alejandra Pizarnik, quedé prendada de la lectura de la novela de Penrose y necesito dar cuenta de ello.

Penrose (Andrée-Valentine Bouée) nació en Francia en 1898 y murió en Inglaterra en 1978. Adopta el apellido de su primer matrimonio con el poeta, pintor y fotógrafo inglés Roland Penrose. Publica poemas y mantiene vínculos con el surrealismo francés. Pronto comienza a interesarse por la filosofía de la India, el hinduismo y el esoterismo, el tarot, los templarios, la astrología y el zodíaco. En ese camino, abandona a su marido para vivir en un Ashram de la India con la pintora Alice Rahon Pallen, sin perder contacto ni amistad, sin embargo, con Roland. En 1962, publica un relato histórico sobre Erzsébet Báthory, apodada la “Condesa sangrienta”, que fue anunciado por Georges Bataille en su libro Las lágrimas de Eros.

Encuentro fotografías de Penrose, y unos retratos tomados por Marx Ernst. Su cara transmite más que nada una intensa interioridad. Podría decirse que es hermosa, sin serlo del todo, al estilo de Virginia Woolf. Las fotografías la muestran casi de perfil, la frente despejada, los ojos oscuros y melancólicos.

Alejandra Pizarnik nació en 1936 en Avellaneda y murió en Buenos Aires en 1972. Fue pintora y traductora. También estuvo vinculada a la pintura surrealista y vivió en París entre 1960 y 1964. Vivió tan solo 36 años, pero supo construir como pocas un lenguaje poético nuevo profundo, íntimo y desgarrador.

En febrero de 2020, el diario El País, le dedica una nota a Valentine Penrose celebrando la reedición de sus poemas; infaltable la alusión a Pizarnik, presente en casi todas las reseñas que se le hacen a la novela.

 

La editorial Wunderkammer rescata esa novela, hasta hoy descatalogada, que fascinó al gran pensador del mal, George Bataille, o a la poeta Alejandra Pizarnik. Pero, sobre todo, publicará a primeros de febrero la edición más completa en cualquier idioma de los poemas de Penrose, con el título de La surrealista oculta. La editora Elisabet Riera contempla así esta doble noticia: “Es un acto de amor a ella y a su obra, uno de aquellos trabajos que pueden llegar a obsesionar a una durante años y no borrarse de su recuerdo nunca más”.[2]

 

Observo el desorden de hebras bajo mis pies, intentando encontrar alguna que me permita volver a armar el ovillo; intento poner en palabras qué fue lo que tanto me cautivó de la novela de Penrose ¿sería lo mismo que cautivó a Alejandra Pizarnik?

Mariana Enriquez[3], señala en una reseña del texto de la poeta argentina:

 

A Pizarnik la deslumbró esta historia de la loba de los Cárpatos, su claustrofóbica vida criminal, su ser monstruoso, el círculo erótico y voraz de mujeres brujas que armó a su alrededor. Pero, sobre todo, la impresionó el libro de Penrose: una biografía muy libre, que indaga en los documentos accesibles -pocos y en muchos casos fragmentados- y ensaya una mezcla peculiar de lirismo con historia de la nobleza y la superstición en la Hungría del siglo XVI, junto a reflexiones sobre la naturaleza del sadismo y el Mal manteniendo el equilibrio entre los datos y la preocupación por el estilo.

Roberto Ferro en su reciente libro: El aparejo de un crítico: Lecturas literarias (Verde es toda teoría), señala sobre el trabajo de Pizarnik:

 

[…] la escritura se convierte en su propia referencia, al preguntarse sobre sí misma, esa escritura propaga como una endemia la interpelación al lector de cómo debe ser leída, abriéndose a incalculables cursos de sentido.[4]

 

¿Qué es lo que le sucedió a Alejandra con la novela?

No puedo encontrar ninguna referencia que indique que ambas mujeres se conocieron. Los años en los cuales Pizarnik vivió en Francia y trabajó como traductora, le permitieron vincularse con muchos escritores y escritoras de la época, además de establecer una intensa relación de amistad con Julio Cortázar; ambos leyeron y seguramente conversaron mucho sobre el texto de Penrose. Por otra parte, tenemos a George Bataille, que Pizarnik admiraba y trataba, tanto como éste a su par francesa, al punto de anunciar en su propio libro la novela de la condesa. (¿Es necesario decir que en mi computador ya guardo Las lágrimas de Eros y 62/ modelo para armar.

Por supuesto la culpa la tiene este ovillo que no deja de tejer y destejerse bajo mis pies.

Entonces, a falta de datos, y porque quizás ya no importan tanto sino que lo que procuro es recortar la vivencia, imagino el encuentro de las dos mujeres.

 

Es mayo de 1963, luego de un día sorpresivamente caluroso para la época, ha refrescado. Valentine Penrose llega caminando a un bar ubicado en el distrito latino. Hace unos meses el Mercure de France le ha publicado un texto que la ha dejado exhausta; conserva las marcas del cansancio bajo los ojos. Nadie la reconoce en ese bar ni en las calles por ese trabajo, no es una actriz famosa para que se arme revuelo a su paso, tampoco los franceses lo harían aun si se tratara de la Dietrich. No obstante, ha elegido un café menos concurrido por el ambiente literario, mientras espera a la muchacha argentina de la que tanto le han hablado. No tiene prisa y sí mucha curiosidad por la cita. Recuerda los comentarios de Bataille insistiéndole para que la conociera.

Unos pocos minutos después llega una mujer muy joven, de pelo corto e inolvidables ojos, oscuros y muy grandes. Ambas se reconocen de inmediato y se saludan a la francesa (dos besos).

Soy Alejandra, dice la muchacha con algo de timidez. Alexandra, repite con suavidad Penrose para agregar luego: “princesa de la pasión y de la lujuria”.

Ambas sonríen y en ese primer intercambio se comprenden de inmediato. Las dos me insisten en que no escriba sobre el resto del encuentro. Por otra parte, no podría hacerlo ya que no estuve allí, les digo, no sé de qué otras cosas hablaron, si fue de poesía o sobre la reciente novela publicada lo que las atrapó hasta muy tarde. Seguramente, pidieron un vino al caer de la tarde. La pequeña ventana que las alejaba del resto del mundo dejaba ver sus caras de perfil, la nariz recta de Valentine envuelta por el humo tenue pero persistente del cigarrillo de Alejandra. Y ese es mi último recuerdo.

 

Lo que sí es puedo contar es que un año más tarde, en 1966 y ya en Buenos Aires, la poeta argentina publica La condesa sangrienta. Y las hebras me conducen sin remedio, como antes me llevaron a la novela, a la relectura del texto de Pizarnik.

Antes de ya comenzar a lamentarme por la distancia que me separa de mi biblioteca, encuentro digitalizada en la red la edición del Zorro Rojo[5], incluso con las bellísimas y al mismo tiempo tremendas ilustraciones de Santiago Caruso (artista argentino, nacido en 1982 que “va por ahí ilustrando el misterio; buscando ese punto en la psique en el que se tocan lo místico y lo simbólico”.[6]).

Y la vuelvo a leer, esta vez para tomar otras notas, o para reparar en las marcas que descubro como si las leyera por primera vez. Porque Pizarnik se detiene en el silencio de la condesa y en su mirada que observa torturar, ojos que contemplan, que esperan, mirada que asola y agosta cómo y dónde quiere (p.20). Se detiene en su risa, Pero nada era más espantoso que su risa (p.18), quizás siguiendo a Bataille cuando escribe: “Al mismo tiempo, la risa y la muerte, la risa y el erotismo, están vinculados…”[7].

Con una prosa por momentos muy poética, despojada de las circunstancias históricas e incluso, como Penrose, del sadismo, describe a la condesa con pocas palabras:

Lenta y silenciosa (p.15)

Vestida de blanco en su trono (p.17)

Era un monstruo (p.29)

Amaba el laberinto, que significa el lugar típico donde tenemos miedo (p.49).

 

Y formula esa pregunta, que me convoca desde otro plano, desde la intimidad,que quizás permita entender: (¿en qué pensaría durante esa breve interrupción? p.17).

El ovillo se ha quedado quieto, por unos instantes, como para permitirme cerrar esta crónica. Pronto se lanzará a la corrida y esa imagen me recuerda el final de un cuento. Al citarlo, y por lo tanto citarme, advierto que me incluyo textualmente en la crónica, quizás por eso de que más arriba he dicho: que seríamos tres las mujeres tras la condesa.

 

Y Penélope hizo una última lazada ese día y estiró el tejido delante de sus ojos y vio, con sofocado deleite, que otra vez se había equivocado en el cálculo.

Con los ojos bajos, entonces, se dispuso a la tarea de deshacer las últimas hileras mientras a sus pies, como serpentinas, volvían a amontonarse en voluntario desorden las hebras de lana.[8]

 

 

[1] «Algo late siempre»: Valentine Penrose y La Condesa Sangrienta. BLOG, PRÓLOGOS -05-03-2020 https://www.eternacadencia.com.ar/blog/ficcion/item/algo-late-siempre-valentine-penrose-y-la-condesa-sangrienta.html

[2] https://elpais.com/cultura/2020/01/19/actualidad/1579449418_309297.html – 15-6-2021

[3] Alejandra Pizarnik y Valentine Penrose unidas por el mito sangriento de la condesa de Báthory, por Mariana Enriquez. https://www.pagina12.com.ar/262503-alejandra-pizarnik-y-valentine-penrose-unidas-por-el-mito-sa. 15-5-2021

[4] Ferro, Roberto. El aparejo de un crítico: Lecturas literarias (Verde es toda teoría) (Spanish Edition) (p. 85). Metaliteratura. Edición de Kindle.

[5] https://libroschorcha.files.wordpress.com/2018/04/la-condesa-sangrienta-alejandra-pizarnik.pdf

[6] https://www.yaconic.com/santiago-caruso-ilustrador/- 17/5/2020

[7] Bataille, George. Las lágrimas de Eros, pág.62. Versión online digitalizada por silvestreparadox.files.wordpress.com

[8] “Penélope (o un espacio entre dos puntos)”. María Claudia Otsubo, De esto se trata. Editorial Tantalia/Crawl. Buenos Aires, 2001

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