MARGUERITE DURAS – Escribir

 

Compré Escribir en julio de 2007. En la portada del libro dejé testimonio del instante de lectura, apenas cinco palabras: “a un mes y medio” seguidas por puntos suspensivos. Al año siguiente, para agosto exactamente, publicaría mi segundo libro de cuentos Mujeres al sol, sábanas al viento.

Cuánta similitud entre las dos imágenes, los puntos en continuidad suspensa, las palabras extendidas, dispuestas al ritmo que impusiera el viento.

Seguramente, y sin saberlo al momento de la publicación, retuve esa línea del texto de Duras, que luego se volcaría, de algún modo, en el título de mi libro.

La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.[1](p.56)

Duras escribe Écrire en 1993. Para esa fecha, ya era una novelista de renombre, con obras tan conocidas como Hiroshima Mon Amour, India song o El Amante, por solo nombrar algunas de sus obras que, como las citadas, fueron además guionadas y llevadas al cine.

Sin embargo, “Escribir”, la primera parte del libro que lleva su nombre trata de otra cosa.

El texto está dedicado a W. J. Cliffe, un joven piloto inglés que muere a los veinte años:

En un pequeño cementerio de un pequeño pueblo de Francia, Vauville, y al costado de su iglesia, hay una losa de granito gris claro, que encierra una de las más desconocidas historias de la Segunda Guerra Mundial: es la tumba de un joven piloto inglés, un chico de veinte años, a quienes los habitantes de Vauville, departamento de Calvados, a sólo diecisiete kilómetros de las playas del desembarco en junio de 1944, les gusta decir que fue el último muerto de la guerra en Francia.[2]

Esta historia real se corresponde con la segunda parte del libro: “La muerte del joven aviador inglés”, de la cual Duras escribe:

Cualquier muerte es la muerte. Cualquier niño de veinte años es un niño de veinte años. La muerte de cualquiera es la muerte entera. Cualquiera es todo el mundo. Y ese cualquiera puede adoptar la forma más atroz de una infancia en desarrollo. Esas cosas se saben en los pueblos, me las han enseñado los campesinos con la brutalidad de un acontecimiento convertido en ese acontecimiento, de un niño de veinte años muerto en una guerra con la que se divertía. Ese joven muerto inglés quizá permaneció intacto también por eso, permaneció clavado en esa edad, terrible, atroz, la de los veinte años. (págs. 66-67)

La tercera parte del libro se titula “Roma”, casi un guion cinematográfico; después llega “El número puro” y por último “La exposición de la pintura” dedicado a Roberto Plate, pintor y escenógrafo argentino.

Quiero escribir en esta crónica solo sobre “Escribir” porque ha sido, y siguen pasando los años y esa emoción no ha variado, la parte que más me ha conmovido. Aun hoy, recurro varias veces a las líneas de Duras como si buscara en ellas un recordatorio a mi propio proceso, aquel que cobró forma el día en que armé una carpeta con todos mis cuentos y poemas para llevárselos a Raquel Barros.

No fue casual, pienso hoy, que el primero de esos relatos tuviera un acápite de Marguerite Duras: “Se escribe sin saberlo. Se escribe para mirar morir a una mosca”. (p.46)

No olvidaré, pero eso queda en mi intimidad, la devolución de Raquel y, en especial, sus palabras ante el acápite de Duras.

Ese día fue muy importante para mí.

“Escribir” comienza con una confesión: la escritora está sola en su casa de Neauphle, una pequeña población en el norte de Francia. Está sola en esa casa, pero lo ha estado por muchos años, por más de diez. En ese escenario, el de estar sola con sí misma, es que ha podido escribir.

Sin temor a repetirse en el verbo, así como en el acto o en el gesto, “escribir” resuena una y otra vez a lo largo de las casi sesenta páginas. Encabeza un párrafo luego del punto y aparte, aparece y desaparece entre líneas, o reina en el blanco de la hoja (p. 54), condensando en su unicidad todo el significado. (La busqué mientras iba escribiendo con la duda, de pronto, de si había sido ella o yo quien se lograba afirmar de ese modo en el texto).

Escribe a solas porque “yo era una persona sola con mi escritura, sola muy lejos de todo”. (p.15)

Hoy puedo decir que no estuve sola en Imbassaí en los casi diez meses transcurridos allí, pero también confesar que de algún modo sí. Sobre todo, estuve muy lejos de todo, y, sobre todo, vivencié ese sentimiento pleno de ser yo y mi escritura, más que en ningún otro momento de mi vida.

Pienso ahora y lo escribo: (tal vez una barbaridad de mi parte), pero me pregunto hasta qué punto dejó de ser Borges, Borges, cuando debió renunciar a la soledad de la escritura, por necesidad, claro, a falta de los ojos.

Llega a esta crónica también Vila- Matas.

En París no se acaba nunca me cuenta que al llegar a la ciudad se alojó en una buhardilla, cuya casera era Duras. Es muy probable (como se narra) que la escritora francesa, madura y consagrada, le haya preguntado al joven aspirante:

Has venido aquí a París dispuesto a forjar tu propio estilo, ¿no es así?», me preguntó un día Marguerite Duras, con alevosía y nocturnidad. Primero preferí pensar que había oído mal, que había hablado en su francés superior y que en realidad había dicho otra cosa. [3]

Me detengo en la ironía que se desprende de “su francés superior”. (Vila-Matas insiste en el adjetivo). Porque “Escribir”, este texto, es justamente lo opuesto.

“Escribir” es una escritura íntima y desgarradora; una escritura de austeridad, de párrafos breves, a veces tan solo un encadenamiento de líneas en las que solo existe una palabra, porque con ella basta, ella es la necesaria. (Hasta esta crónica mía me resulta desmedida en este querer decir frente al estilo de Duras).

“Escribir” se trata de un devenir más que un proceso.

Como “la soledad no se encuentra, se hace”. Ella la hizo, nos dice, como la casa, el jardín y los “libros que salen” a la luz.

No hay explicaciones, porque no existen (y me nace rematar con un “coño”, por ser delicada). “Puedo decir lo que quiero, nunca descubriré por qué se escribe ni cómo se escribe”, escribe.

Y así lo creo.

Hay vicio en la soledad porque escribir, como ese no hay otro ser, es encontrarse delante de la nada.

Es la noche, es la larga noche, es también la “desesperación”. (p.31)

Hoy quiero que “Escribir” está en el estante de mi canon.

No sabía qué iba a decir sobre el texto “la escritura es lo desconocido” (p.55), pero tal vez, ha sido un modo de confesar porque escribo. O quizás no, quizás ni siquiera eso.

Porque

Nadie puede.

Hay que decirlo: no se puede.

Y se escribe.

Si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena.

 

Buenos Aires, 25 de noviembre 2021

 

 

 

[1] Duras, Marguerite, Escribir, Tusquets Editores, Bs.As., 2006.

[2] En nota de Alberto Amato para el diario Clarín, 05/09/2018 https://www.clarin.com/sociedad/desconocida-historia-tumba-nombre-ultimo-soldado-murio-francia_0_SJ6ihspPm.html

[3] Vila-Matas, Enrique. París no se acaba nunca (Biblioteca Breve) (Spanish Edition) (p. 102). Seix Barral. Edición de Kindle.

 

 

 

Con ojos miopes

y anhelantes,

mastiqué el polvo

de mis pies.

El cuerpo fatigado

desde hace tanto tiempo.

Seguir avanzando,

infinito túnel,

oscuridad completa.

Buscar, intentar,

saber.

Si es cierto,

que no somos

más que sombras

en el crepúsculo

de la noche.

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