Un día de ficción

Almuerzo con mi hermana, es su cumpleaños. No bien nos sentamos, me dice muy contenta: “Mirá lo que me regalaron” y enseguida pone sobre la mesa la última novela de Javier Marías, Berta Islas. Le pregunto si ya leyó algo de este autor y me responde que no. Es un buen comienzo para hablar entonces de un escritor que admiro desde aquella lectura de Corazón tan blanco o de Cuentos Únicos. Le pido que no bien lo termine, me lo preste porque no lo leí aún; le prometo que, a mi vez, le paso los míos. Y así seguimos, hablando de literatura como de tantas otras cosas, celebrando la vida.

Unas horas antes, había estado en el supermercado, con la paciencia cotidiana que me demanda esa tarea. Ya casi terminando la compra, alguien me pide permiso para acercarle al cajero un libro, que le entrega envuelto dentro de una bolsa de plástico. Observo que es un libro nuevo, que llega con su factura, como el que puedo recibir en mi domicilio luego de una compra on line. De inmediato, y pidiéndome un instante más, el hombre de la caja hace una pausa en su monótona tarea, una pausa que es casi tanto como detener el mundo en esa vorágine en la que nos sumerge un supermercado cuando está repleto de clientes. Entendí que quería constatar el envío pero, sobre todo supe, por la sonrisa que le brotó de inmediato en la cara, que precisaba tener el libro entre sus manos, saberlo suyo. No alcancé a leer de qué trataba el título, ni la cantidad de gente que esperaba tras de mí permitía que nos pusiéramos a charlar en ese momento sobre literatura. Sin embargo, ahí estaba entre los artículos de limpieza, su nuevo libro, destacándose en medio de una compra que a mí no me producía ningún placer. Envidié la del cajero.

Mucho más tarde, en un viaje en colectivo, me senté en el único asiento libre, el que, por lo general, no se ocupa quizás porque va en dirección opuesta y produce mareo o vaya a saber la razón, desconozco ese misterioso motivo. Me gusta especialmente ese asiento, un poco elevado del resto, que permite observar a los otros pasajeros que viajan mirando hacia el frente. En esta ocasión, solo podía ver cabezas bajas amarradas con insistencia a sus celulares, a excepción de una chica que plácidamente, con un libro entre las manos, leía. De inmediato, como si ese acto salvara la distancia que nos separaba, acaricié con suavidad Poste restante, la novela de Cynthia Rimsky, que estaba casi finalizando y que guardaba dentro de mi cartera. No lo había sacado al sentarme porque mi viaje era corto y me había dado pereza, pero ahí estaba, aguardándome. Es la literatura ambulante que voy cargando en mi bolso, que supone a veces un esfuerzo extra para mi hombro, y que me acompaña siempre que salgo; quizás como le sucede a esa chica, la que al bajarme, continuó su recorrido como suelo hacerlo yo, leyendo.

Al final del día, y al recordar lo conversado en el almuerzo con mi hermana, busqué en mi biblioteca los libros de Javier Marías. Para mi sorpresa encontré dos ejemplares de Cuentos únicos, ambos en ediciones de bolsillo y con mis anotaciones del momento: la fecha de la compra de uno de ellos, en las Galerías Pacífico, en 1996; el otro fue comprado en julio de 2008, un día de invierno, pero con casi 28 grados.

No es la primera vez que sucede; que ocurra cada tanto uno de estos olvidos literarios que me hacen repetir la compra de lecturas queridas.

Me alegra.

Pienso en mi hermana, seguro beneficiada por la duplicidad.

 

 

 

 

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