ANNIE ERNAUX – Perderse

La amante en la sombra

Sobre Perderse[1], de Annie Ernaux

 

… entiendo que, desde siempre, el deseo, la escritura y la muerte son para mí intercambiables.

 

En la crónica anterior sobre Ernaux formulaba dos preguntas, que surgían luego de la lectura sobre esa vivencia íntima de los cuerpos, eje omnipresente del libro El uso de la foto, y de ese recuerdo sobre su primera vez con un hombre que la conmueve de tal modo que le deja una huella “indeleble” en su memoria.

Dos preguntas. Dos interrogantes, casi como un postulado de recorrido por la obra de Ernaux: ¿Ha ocurrido lo mismo con el descubrimiento de la escritura?

Porque, ¿no existe una íntima relación entre esos dos goces?

Perderse reaviva estas preguntas y me coloca, si no lo evito, en el borde de una lectura de análisis psicológico, una tentación en la que intentaré no caer.

Porque se trata de otra cosa, se trata de literatura.

La novela fue publicada por Gallimard en el 2001. El capítulo introductorio, sin título y como una suerte de explicación de la autora al proceso del libro (como en las novelas que ya he leído de ella: La vergüenza y El uso de la foto) tiene fecha del 2000. Sin embargo, y como Ernaux señala, la historia surge de lo consignado en su diario personal a fines de los años ochenta, precisamente en los dos últimos años.

En ese momento, la escritora tiene cuarenta y ocho años.

“No he modificado ni cortado nada del texto inicial al pasarlo al ordenador”, aclara para referirse al proceso de creación de este libro; y escribo creación y no escritura, porque entiendo que las palabras ya han sido escritas en el diario y este libro es solo la voluntad de reunirlas como una transcripción.

¿De qué trata?

En septiembre de 1988, Ernaux conoce en Rusia a S., un hombre bastante más joven y casado, que trabaja en la diplomacia y reside temporalmente por lo mismo en París. La relación entre ambos dura un año.

El diario comienza con el arrebato inicial, se continúa con la pasión desmedida, acotada a las visitas de S. a la casa de Ernaux, prosigue con el distanciamiento de S., culmina con lo que la autora experimenta como abandono.

Desde el inicio hay dos palabras que conforman el eje del relato: vacío y pérdida.

Como escribí anteriormente, es difícil no sucumbir al análisis de la mujer sometida o atada a una relación que no la ayuda y que, además, replica tres relaciones anteriores similares e incluye un aborto.

Sin embargo, es la misma autora la que se enfrenta a su propio camino autodestructivo y es capaz de mirar para atrás para comparar, para superponer imágenes y sentimientos: así como llegan esos otros hombres del pasado, también vuelve a aparecer la escena disparadora de La vergüenza: “Mi padre intentó matar a mi madre un domingo de junio”.

Un libro que, por cierto, supera las doscientas páginas; una extensión que delata también la duración de la ligazón para quien escribe; aun cuando la relación ya se ha terminado y lo que ha quedado de ella solo persiste en el diario y parece no tener fin.

Al momento de esta relación, Ernaux es una escritora reconocida. “Yo soy la escritora, la puta, la extranjera, la mujer libre también”. (p.17), “No sé por qué está conmigo, si es por mi nombre, por el hecho de que sea escritora…”. (p.45), mujer-oficio-escindida que asiste a congresos y a la que le piden artículos. Todo eso se sitúa para ella en segundo plano frente a la intensidad que le provoca el encuentro con S. Ni los dos hijos, uno de ellos vive en el mismo hogar, pesan al momento de sus prioridades. No es casual que al mismo tiempo que leía este libro, y por otras cuestiones, me tentara volver a ver Infidelidad, una película del 2002 con Diane Lane y Richard Gere. Con la misma intensidad, Connie, la protagonista se “pierde” en el cuerpo del amante casual, olvidando todo lo demás.

Pero, como decía, lo interesante es aquello otro no expuesto a los ojos del lector, lo que subyace y que genera tanta impotencia como ese vínculo contrahecho, y es la impotencia para escribir.

¿Cuál es esa escritura que Ernaux no consigue plasmar, envuelta como está en la necesidad del otro? Porque, por un lado, ella sí escribe; escribe religiosamente su diario por casi dos años.

La escritura es un sustantivo que se repite a lo largo de todo el texto aún más que “vacío” y “pérdida”, pero en menor grado que “deseo”. No obstante, todos los términos están íntimamente ligados:

Confesar: nunca he deseado otra cosa que el amor. Y la literatura. La escritura ha servido para llenar el vacío, permitir decir y soportar el recuerdo del 58, del aborto, del amor de los padres, de todo lo que ha sido una historia de carne y amor. (p. 40)

Solo soporto dos cosas en el mundo, el amor y la escritura, el resto es negro. Esta noche no tengo ni lo uno ni lo otro. (p. 44)

Lo que me hace escribir es eso, la falta de realización del amor, ese abismo (p. 53)

Cómo podría la escritura traducir esto, siempre estará por debajo. Y sin embargo es todo lo que tengo cuando él está ausente. (p. 67)

 

¿Cuál es esa escritura?

¿La que proviene del abismo de esa escena imborrable del padre intentando matar a la madre? ¿La que intenta completar el vacío que le provocó el aborto? ¿La que surge luego “de la escritura inmediata, otra (escritura) para la interpretación, unas semanas después” (p.67)?

El vínculo con S. se convierte en una adicción voluntaria, en la que la autora reconoce su incapacidad (también voluntaria, por lo tanto) de revertir: “¿quiero conservar el deseo y por consiguiente no trabajo”. (p. 74)

Felicidad y pérdida se escriben en paralelo, como un binomio inseparable. Por ese cauce estrecho se va deslizando esta escritura de la desesperación. “Escribir-deseo aquí” (p. 81).

Escribir para completar la nada.

Esa nada que me recordó la propia escritura en el cuento: “Nadia”[2] y aquello de:

El recuerdo de la noche era la nada.

Hacia la nada se iba encaminando cada día, avanzando ciega en su dirección con atracción irresistible, con melancolía mortífera.

Ningún otro deseo o impulso había podido contra ese vacío.

La nada, como una marea cenagosa, había lamido sus orillas y al paladear su sabor de mujer se había transformado en su único y fiel amante.

La nada era un hoyo blanco que reclamaba su total y absoluta fidelidad.

La nada. Esa sombra.

Hay mucho más para especular sobre la escritura de Ernaux.  Las otras lecturas de su obra irán determinando las líneas porvenir. Solo sé que, y por pudor omito –me falta la valentía o el coraje de la francesa para atreverme al desnudo–, me he reconocido en mucho de lo confesado a través de este diario, comportamientos que algún psicólogo catalogaría dentro de lo maníaco y de lo cual la misma autora se hace cargo.

La escritura de los últimos meses, cuando ya el vínculo con S. está quebrado, es una de “sueños”. Así empiezan muchas de las anotaciones: “He soñado…”. Sueños, algunos recurrentes otros no, pero intensos e imprecisos, que se combinan con el insomnio, y que también se escriben como antes sobre S.

Hay tan solo tres cuestiones que quiero resaltar y que no pueden escapar a esta crónica.

La primera corresponde al acápite del libro: Voglio vivere una favola (“Vive un cuento de hadas”), título de una canción de Vasco Rossi, pero también leyenda que Ernaux encuentra en la iglesia Santa Croce, de Florencia, que me hizo pensar en esta expresa decisión de aceptar ese destino, vivir un cuento de hadas a costa de la herida y el dolor que puede provocar. Porque el goce también se encuentra o surge o anida en el sufrimiento, parece plantear el texto.

La otra cuestión es la cita de Borges, “Esa cita tan hermosa de Borges”:

Siglos de siglos y solo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa, me pasa a mí.

No solo la cita es hermosa, lo que enternece es el nombramiento: Borges, a secas. Como Proust, como Kafka… no hace falta más para referirse a los grandes.

Y, por último, las menciones a Milan Kundera y Simone de Beauvoir (que comparte en el modo de escribir de Ernaux la S. del hombre ruso).

Sobre Kundera:

En estos días, y casi coincidiendo con la aparición de su nombre en este libro (dos veces), he recibido con pesar la noticia de su muerte; partida que, de inmediato, condujo mi mano hacia la biblioteca para regresar a La insoportable levedad del ser; lectura que se ha intercalado en este camino a través de la escritora francesa. (como me suele pasar, que un libro se impone en la línea de espera de los otros sin permiso).

Ernaux, inmersa en la desesperación y el vacío, participa en una jornada del “mundillo literario” que le produce “sentimiento de impureza, de asco, cuyas fuentes me resultan difíciles de definir”. Su mirada, se posa en la “complacencia” de la gente hacia Kundera, como “una sacralización colectiva” que, de alguna manera, en ese momento de la escritura del diario, le molesta. Más adelante, en ocasión de una disertación que Ernaux debe dar sobre Beauvoir –en un programa de la televisión francesa, Apostrophes[3], ella escribe luego en su diario: “Irritación con el libro de K.”. Esta escritura data de 1987 o 1988. El libro de reciente publicación de K en esa fecha es justamente el que acabo de citar.

Entonces vuelvo a leer, que es más que releer (porque no recuerdo nada de la lectura anterior) La insoportable… y encuentro lo que Kundera le hace decir a uno de los personajes: “Sabina desprecia la literatura en la que los autores delatan todas sus intimidades y las de sus amigos”.

Y en este juego de las contradicciones (a las que nos somete de entrada el libro) luego escribe lo que piensa Franz:

…la división de la vida en una esfera privada y la otra pública es la fuente de toda mentira: el hombre es de una manera en su intimidad y de otra en público. «Vivir en la verdad» significa para él suprimir la barrera entre lo privado y lo público. (p. 119)[4]

De pronto, ante mí el abismo. Treinta y cinco años después, sin demasiados elementos más que la atenta lectura, pensar en esas diferencias.

Sobre S. de Beauvoir:

Así como ocurre cuando es citado Proust, el vínculo con ella es de total admiración. Les mandarines, la novela escrita por Beauvoir en 1954, me espera ya en la lista de pendientes.

“Eso yo también lo he escrito” (p.222), anota Ernaux sobre las reacciones que lee en Beauvoir, en el libro citado. Esas pistas me provocan llegar al texto que aún no he leído y, además, develan la empatía compartida: descubrir en la escritura del otro, que admiramos, nuestra propia escritura.

Mucho para pensar y, seguramente, mucho más para escribir en esta continuidad de lectura por Annie Ernaux.

 

 

[1] Ernaux Annie, Perderse, “Se perdre”, Ed. Cabaret Voltaire, España:2021, e-pub bajo el sitio SCRIBD

[2] Otsubo, María Claudia, “Nadia” en Ella y la otra, inédito.

[3] Apostrophes fue un programa de contenido literario que se emitió desde 1975 hasta 1990, todos los viernes a las 21.30hs. horario de máxima audiencia. Conducido por Bernard Pivot. Entre los escritores invitados estuvo alguna vez Borges.

[4] Kundera, Milan, La insoportable levedad del ser, Ed. Tusquets, Bs. As.: 1992

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