«El manto», de Marcela Serrano

El manto, de Marcela Serrano[1]

A mis hermanos

 

Me vine para mi casita en Imbassaí con un regalo en la valija por mi cumpleaños.

Era un pequeño paquete azul, a todas claras delataba un libro, que llevaba adosado un sobre cerrado y una nota que indicaba no abrir hasta el 22 de enero.

Confieso aquí que no resistí, antes de viajar, la curiosidad de saber qué libro me había regalado mi hermana Florencia. Solo me asomé al contenido para develar el título de tapa y, luego, sonriendo, y desde ese preciso instante agradecida, lo volví a envolver con cuidado, como si a ella, mi hermana, pudieran llegarle en la distancia los sonidos de la rajadura de la cinta scoth o del roce del papel que yo había quebrado contra su voluntad.

Pasó mi cumpleaños, llegó febrero y el libro, encerrado en su manto azul, me aguardaba en uno de los cajones de esta casa cerquita del mar.

Recién el 27 de febrero, lo liberé.

Enseguida quedé conmovida por la primera cita, son dos, que preceden al texto. Corresponde a Hélène Cixous: “Con una mano, sufrir, vivir, palpar el dolor la pérdida. Pero está la otra, la que escribe”. La línea se encuentra en La llegada de la escritura, pero bien podría ser repetida en su otro libro dedicado a Derridá, Hipersueño.

La segunda es una cita de C.S. Lewis, de una obra breve Una pena observada, que logré encontrar enseguida en una versión pdf. para poder leerla después.

Marcela Serrano, al modo de Cixous, escribe sobre la pérdida; en este caso, la de su hermana Margarita “la tercera de cinco hermanas”.

Los capítulos son breves, apenas una o dos carillas, unos muy pocos se extienden a cuatro.

Y enseguida, el centro de tensión:

Cuando se muere el marido, se es viuda. Cuando se muere el padre, se es huérfana. Líneas verticales, jerárquicas. No soy ni una ni otra. Soy algo innombrable porque mi pérdida es horizontal. Menudo problema: parto sabiendo que las palabras no alcanzan. No existe una para mi estado. No se ha inventado la palabra para la hermana que se quedó sin hermana. (p.12).

Demás está decir que tomé una foto de este párrafo –todo el capítulo, en verdad– y se lo mandé muy emocionada, por Whatsapp, a Florencia, mi hermana.

Demás está decir que esa horizontalidad refiere, sin dudas, también al vínculo de la amistad, con el agregado además que a los amigos, a diferencia de los hermanos, se los elige; por lo tanto, la partida a veces es aún más demoledora porque nos deja sin tantas cosas para compartir, con las manos llenas y la voz silenciada a la fuerza. La partida de un amigo es casi como un abandono.

Cuando eso sucede con algún hermano, y tengo la bendición de ser hermana de otros, de gozar de esa referencia por la que comparto no solo el apellido sino la memoria y las vivencias; cuando eso sucede con algún hermano, y tengo la bendición de que hemos crecido eligiéndonos para compartir esos dones acumulados en las palmas de la mano; cuando eso sucede, el dolor de la partida también es intransferible.

 

Marcela Serrano escribe luego de la muerte de su hermana, y retirada del entorno habitual, en un campo.

La similitud (y no creo que haya habido esa intención en la escritora chilena) con Cixous es inmensa cuando ésta debe mudarse a la casa de su madre, casi postrada, para acompañarla y, muchas veces, asistirla. En ese espacio, y en ese contexto, escribe sobre la pérdida de su amigo. Pienso hoy, aunque no lo escribí porque no había reparado en ello en mi crónica de lectura, en ese refugio donde encontrar consuelo,como si hubiera sido necesario para ella regresar al útero materno, a esa convivencia única y endeleble para poder escribirlo.

Recuerdo ahora que, en algunas oportunidades en la que me atravesaba un dolor profundo, buscaba esa misma interioridad en el silencio y abrigo de mi auto. Así me lancé, por ejemplo, una mañana a manejar y llegué a Mar del Plata, donde luego me quedé varios días, solo para no perder esa sensación, conciente, porque le puse palabras a esos momentos, que el auto equiparaba ese hueco reparador al que alguna había había pertenecido.

En esa dimensión infinita de un campo, escribe: “decidí guardarme. Darle a la Margarita al menos cien días, pensarla a solas”.

Y el proceso se evidencia a lo largo del texto.

No hay fórmulas ni consejos; Serrano no se propone un libro de autoayuda.

Solo hay intemperie, como creo que alguna vez, no recuerdo ahora porque no lo marqué, en algún momento leí.

La intemperie significa “’desigualdad del tiempo’, y la locución adverbial “a la intemperie” refiere ‘a cielo descubierto, sin techo ni otro reparo alguno’”, según la RAE.

Procurando la etimología de la palabra, encuentro que la misma se separa en las dos letras iniciales: in que refiere a “ir hacia adentro” y temperies.

Este detenimiento impulsa, como un oxímoron, el movimiento de mis pensamientos y de estas líneas, ya que temperies, por su parte, refiere a la “temperatura, moderación, equilibrio y justa proporción”.

Por lo tanto, Serrano si realmente escribió “intemperie” fue para significar esa única posibilidad: despojarse de todo el afuera para lograr un ir hacia adentro, el espacio donde ir reconstruyendo los cuerpos; lo “desaparecido” como por fin, expresará, aunque mucho más adelante, casi sobre el final, cuando la presencia de la hermana ha perdido algo de su ausencia y eso le permite compartir su dolor con el de tantos otros, con la connotación que ese sustantivo tiene en nuestros países, Chile y la Argentina.

Una escritura que le demandó dos años, desde diciembre 2017, tres días después del funeral de Margarita Serrano, hasta febrero 2019, donde establece el punto final con el que concluye lo que no finaliza nunca: “Sigo escribiendo”.

Una escritura temerosa en el inicio: “Le pregunto a veces a la Margarita si la estoy usando de disculpa para abandonarlo todo y encerrarme entre estos cerros. Si la he convertido en mi justificación”; luego vigorosa y decidida a medida que se va apropiando de su deseo; aun con el agregado final que el cierre se ve postergado por una circunstancia fortuita, sobre lo que reflexionará Marcela Serrano, con una sabiduría y franqueza femenina que admiré y en lo que también vale la pena detenerse durante la lectura.

Disfruté el recorrido transitado porque El manto me puso en contacto con otras lecturas y autores, también con la música, (destaco las lecturas que me conectan con esa posibilidad), a los que Serrano recurre cuando no le bastan o alcanzan sus propias palabras.

Y así como empaticé de inmediato con la cita de Cixous, volvió a ocurrirme lo mismo con las menciones a Philip Roth, Borges, Donoso, Faulkner, Canetti, y sé que estoy olvidando a otros.

Como a José Donoso, su compatriota, ella debe establecer una distancia con lo cotidiano (incluido el exceso de tecnología) y con los compromisos sociales para escribir; incluso cuando la escritura es ese deseo no develado, oculto en la tramitación del duelo.

Para finalizar debo decir que El manto me puse en contacto, con el corazón, con mis propios hermanos, en especial, y por una cuestión de cercanía asociada con el género de la pérdida de Serrano, con mis dos hermanas mujeres.

Solo quien tiene ese tesoro puede comprender el valor de que llegue un día y ya no tenerlo, y eso, minuto más, minuto menos, se llora para siempre.

Porque esa horizontalidad del afecto, como bien refiere Marcela Serrano, alude a la propia finitud. Y pensarme no-finita, muchas veces, me duele.-

 

[1] Serrano, Marcela. El manto. Ed. Alfaguara. Bs. As.: 2020. Las citas corresponden a esta edición.

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