PADURA LEONARDO, Personas decentes

Personas decentes, de Leonardo Padura

El entramado de mi lectura con sus pensamientos

 

 

Finalizando la novela, lo primero que pienso es encontrar la Epifanía habanera. El homenaje a Ignacio Cervantes y la mención recurrente a esa composición del artista cubano provocan mi curiosidad. Busco el tema para escucharlo, sondeo en varias listas del músico, pero no aparece, por lo menos con ese nombre, y entonces me conformo con sus Danzas cubanas, las que ahora mientras escribo y antes, mientras leía, resonaron como música de fondo junto al murmullo del mar en este espacio de privilegio en el que me zambulle Imbassaí.

Hace unos meses, Leonardo Padura anduvo merodeando por distintas ciudades de Latinoamérica para promocionar su libro. Entre ellas, por supuesto, Buenos Aires. En ese momento yo estaba fuera del país. Había planeado pasar por Cuba e, incluso, comencé a hacer las gestiones para contactarlo, sin saber que nuestros caminos se cruzarían, él por mis barrios y yo por los suyos. Sin embargo, el motivo que me llevaba a esa visita se suspendió y nunca llegué a esas fronteras. La interrupción fue azarosa ya que en esos días la isla sufriría el azote feroz del huracán Ian.

No obstante, previo a esa cancelación, a la llegada de Ian y a tantas otras cosas que se interpusieron en el camino, mi mayor ilusión era y sigue siendo poder encontrarme con Leonardo Padura.

Miro el libro y lo primero que decido antes de seguir escribiendo es regresar a la búsqueda de la extraviada epifanía. Así reparo en otros sitios que reseñan la travesía del autor por mi tierra y aledañas.

En una de ellas, Padura expresa:

El título que quedó fue el cuarto que tuvo la novela; primero se iba a llamar ‘Huracanas tropicales’, luego ‘Delirio habanero’, pero hay muchos restaurantes llamados así, y después ‘Epifanía habanera’, pero al editor la palabra epifanía le pareció excesiva”, bromeó.

Me sorprendí con esta declaración, tan coincidente con el inicio de mi crónica (o mejor, conversación) y con esta obsesión por encontrar una música, lo que me condujo por otros andariveles. Haber escrito sobre el huracán y sobre la resonancia que había provocado en la lectura la palabra epifanía era más que una casualidad cuando las reconocía  en la voz del mismo Padura.

El entramado de mi lectura con sus pensamientos.

Por eso esta necesidad tan imperiosa de sentarme a escribir luego de leer a Leonardo Padura. Como si  (alguna vez será) pudiera establecer un diálogo con él sobre todas estas cosas. Algo similar me ocurre con Vila-Matas, algo similar ocurrió con Bioy ¿tiene coto mi lista?

Esa ansia -y , asimismo, imposibilidad- evocó el final de un poema a mi padre y las palabras de amor escondidas en un bolsillo de su saco para que él las descubriera al partir, recuerdo que tantos años después me llevó a escribir:

El deseo trunco

y la ilusión

marchando en otro tren.

Así es, amigo Leonardo, es ese mismo sentimiento. Como el de Conde por su antiguo jefe, Rangel; cuando parte el ser que amamos y aún nos quedan tantas cosas por decir.

 

La novela me enamoró (y ya que vengo hablando de amor, la palabra es la adecuada) desde el inicio, con ese párrafo de la primera página de un Conde que aún no se anuncia pero que se reconoce en el discurrir de sí mismo: el hombre nostálgico, empeñado en recordar (“un empecinado recordador, un memorioso capaz de recordarlo todo”, p. 13[1]), el aún niño deslumbrado por ese primer encuentro con Los Beatles (“Mario Conde cruzó una frontera desde la cual no había modo de regresar”, p. 17).

¿Beatles o Rolling Stone?

Hoy, como Conde, tantos años después (muchísimos) creo haber superado esa oposición, aunque nunca me sabré las letras y las músicas de los Rolling como sé las de los otros. Hoy ese viejo flaco y seductor que es Mick Jagger me cautiva más que antes, pero nunca como lo hicieron en su momento Lennon, Harrison o McCartney y, aunque me queda afuera, a Ringo no es por falta de cariño.

“Algo estaba ocurriendo, algo que deseaba ocurrir” (p.19) escribe el narrador que piensa Conde. Como una “epifanía habanera” algo está cambiando en su país con la llegada por primera vez a la isla de un presidente americano (y para más datos, negro), Barack Obama junto a su carismática mujer, Michelle, visita que realmente ocurrió en el 2016 como el concierto, también cierto, meses después, del emblemático conjunto inglés: ¡los Rolling en Cuba!, se dice.

Por ese ambiente circula un Conde descreído o desconfiado de ese “renacer” cubano, no muy seguro de que esos vientos traerán un cambio favorable a su país:

Tal vez un estado de júbilo, de esperanzas, un ambiente de cambios o al menos de deseos de cambios, una necesidad de volver a tener la posibilidad de soñar, luego de tantos desvelos. Luego de largos años de más carencias y extravíos de perspectivas, otra vez las expectativas se ponían en movimiento, se engendraban propósitos, y el personal, tan esquilmado, quería creer. (p.19).

Un Conde siempre apretado de bolsillo, dueño de Basura II, amante eterno de Tamara, amigo incondicional de sus amigos de la pre, sobre todo, el hombre que se toma el tiempo para pensar:

… atravesó la avenida del Malecón y fue a sentarse en el muro que tenía el mérito del ser el banco público más largo del mundo… Encendió un cigarro, miró el mar, siempre misterioso, y se soltó a pensar. (p. 98).

Y mientras los acontecimientos sacuden, como Ian, a los cubanos, Mario Conde se embarca en una investigación policial a instancias del actual jefe de policía desbordado por tantas visitas extranjeras que recurre a su ex-camarada sabiendo en quién puede confiar. Y mientras todo esto ocurre, la novela rescata otros sucesos ocurridos en la misma ciudad a principios del siglo pasado, en 1910. El ayer y el hoy de Conde se conjugan en el policial y en los personajes  vinculados por la corrupción y el proxenetismo. ¿Reales, como la llegada del cometa Halley o ficticios? ¿Lo que se cuenta ha sucedido? ¿Esa ambigüedad no hace dudar también sobre lo que se cuenta del presente: Obama, los Rolling? ¿Importa?

Podría investigarlo y seguramente, en alguna de sus visitas, Padura debe haber hablado al respecto.

Aunque ya lo ha dicho en la novela:

Los caminos de la literatura y la vida tienen la caprichosa tentación de cruzarse y, con sus fricciones, desnudar esencias inquietantes, a veces reveladoras. (p.140).

La cuestión es lo que se cuenta, cómo se cuenta y que la historia, la actual y la del pasado, sirven para lo que interesa destacar: ¿Qué significa ser una persona decente?

….hablaban de la decencia, de un hombre llamado Arturo Saborit que se consideró una persona decente. ¿A alguien le interesaba todavía la decencia?, ¿ser una persona decente? (p.102)

La historia también permite establecer los homenajes (a Natalia Poblet, por ejemplo, la librera amiga de Padura, fallecida en el 2017, dueña de Clásica y Moderna –donde presenté Diminuto verde, sin imaginar que luego, un año después, el bar ya no existiría más–) o las reivindicaciones: “Quise vengarme de todos los hijos de puta que persiguieron y mancillaron a los intelectuales y artistas”, como expresa el mismo Padura en Buenos Aires[2].

Es que es así, insistiría repitiendo con dulzura su nombre, sentada junto a él en algún punto de la empalizada del Malecón, los ojos de ambos extraviados en esa conjunción amorosa (regresa el modo) del mar y el cielo. Al momento de escribir llega a nuestro mesa el pasado (tu padre era masón, por cierto, ¿no?), los amores (si fuera Lucía no podría dejar de sentirme halagada por la existencia de Tamara), las lecturas (“las persistentes divagaciones históricas y literarias”, p.141, que trata de “espantar” Conde aunque sin muchas ganas de escaparle del todo, solo “Tal vez soñar”, como diría, y me emocionó que lo hayas traído al texto, Ray Bradbury, p.239).

Como la ciudad a la que perteneces y a la que siempre se regresa con ojos cargados de melancolía: “soy un nostálgico de mierda. Porque es verdad. Lo soy”, dice Mario Conde en una nota en el 2019[3]:

Para los que, como yo, hemos nacido en La Habana y vivido en ella cada uno de los años -cada vez más años- de nuestras vidas y hemos visto a la ciudad crecer y languidecer, transformarse y estancarse, siempre sintiéndola como un sitio propio que en ocasiones se nos hace ajeno, el ejercicio de reflejar y entender nuestra ciudad se nos puede convertir en un esfuerzo bastante arduo.

En esa misma nota, leo que ha escrito más adelante:

Y allí, unos días, acomodarme de cara al mar, tratando de darle imágenes a ese mundo ancho y ajeno que está más allá del agua que nos rodea por todas partes, un universo que, como el habanero José Lezama Lima, apenas conozco por mis lecturas y por el cual se han dispersado millones de mis compatriotas y muchos de mis amigos.

O, en otras tardes propicias, colocarme de cara a la ciudad y verla existir y envejecer, sostenerse en pie con muchas estrategias de supervivencia y seguir luchando en medio de su pobreza y sus aspiraciones, armada con el orgullo de su invencible belleza.

Y entonces tratar de asimilar lo que viven mis contemporáneos y después confiárselo a mi amigo escritor, para que cumpla con sus tareas.

Como lo hará después obediente, el escritor Leonardo Padura, fiel a su oficio,  porque, según del diccionario, así se define una persona decente: “Honesto, justo, debido. 2. adj. Correspondiente, conforme al estado o calidad de la persona”.-

 

II

 

Yo con mis temas y mi vida no soy para nada pretencioso. Canto lo que siento y solo me conforma saber que estoy aportando un granito de arena por mi país

Jorgito Kamankola

 

 

Inicio esta segunda parte de mi crónica con las palabras de Kamankola, emulando al mismo Padura que lo toma para acápite de su novela.

Kamankola es un cantante y compositor cubano que actualmente reside en Madrid. “Sus canciones, fuertes y directas, salen a la vida cultural cubana como crónicas urgentes y desesperadas desde una mezcla original de trova, rap, rumba y rock and roll, como contribución a la búsqueda de la paz interior y del amor”, señala uno de los sitios que lo mencionan[1].

En una novela donde la insistencia está puesta en el pasado y en la memoria, destaco esta intervención contemporánea. Padura podría haber elegido cualquier otra cita, pero fue esta, la de un músico joven que, además, ha hecho de su oficio un modo de denuncia, quizás porque para el escritor, Kamankola es, sin dudas, una persona decente.

Y así he entrado en la novela, y para escribir sobre ella, me he apartado un poco del muro del Malecón, procurando una sombra en esta hora del mediodía cuando el sol raja la tierra cubana, como sucede también aquí en Imbassaí. Y antes de que me tumbe la modorra física que provoca tanto calor, dejo que las manos se muevan ágiles sobre el teclado, mientras la música de fondo de Jorgito hace clap clap entre mis dedos provocando la escritura. No suelo escuchar rap pero doy fe que esta sirviendo, que a veces sirve.

Y de nuevo un policial –atrapante como suelen ser los de la Serie Mario Conde–, alimentado con esa ironía que se condimenta con el buen humor y  ese tono que hasta logra escucharse como un modo de decir cubano.

Y las historias (una del presente de Conde fechado en el  2016; otra de esa Cuba del 1910) en la que se conjugan realidad y ficción para “desnudar esencias inquietantes, a veces reveladoras”, como ya cité antes.

El contrapunto de personajes, Alberto Yarini Ponce de León, “el proxeneta más celebre de la historia de la Habana”; tomando las mismas palabras que usó Padura como titulo de la nota que escribió para el diario el País en agosto del 2021[2], cuando seguramente ya en su cabeza se hilvanaba la trama de esta novela.

Padura toma esa historia en la que Yarini se fue convirtiendo en un líder nato, en el hombre reconocido y querido por los habitantes de los barrios salpicados de prostíbulos de la ciudad, ya que han sido liberados por las autoridades para el ejercicio de la prostitución y los “negocios turbios”. Por esas calles se movía Yarini, «el gallo de San Isidro”, devenido en mártir al ser asesinado por cinco disparos. Todo eso se cuenta en la novela, en capítulos que se intercalan con lo que está sucediendo en ese 2016, cuando  también se está investigando un crimen que pone en movimiento al retirado, pero siempre activo, Mario Conde: el asesinato (con castración) de Reynaldo Quevedo, un antiguo censor del régimen, “ uno de los principales represores de artistas e intelectuales en la década de 1970”[3].

El pasado y ese momento histórico en Cuba (con la llegada del presidente norteamericano y los Rolling Stone) para plantear contrapuntos entre personajes que no dejan de ser marginales como Yarini y Quevedo, para plantear que entre ellos, hay una diferencia. Ese es el desafío a descubrir en la lectura.

El ayer y el hoy para los policías-inspectores que se vinculan con ambas muertes: Arturo Saborit y el retirado Mario Conde. El primero, en una cercanía in crescendo con Yarini, una relación que se va consolidando y que tendrá su momento cúlmine con el fin trágico del hombre; y el segundo, por ese pedido que recibe Conde, por esas cosas que tiene de no desvincularse nunca de su ex-oficio, por ese halo en el que se lo reconoce y por el que se lo valora, el de su experiencia y eso que él llama “sus premoniciones”: “Conde sintió de inmediato el pálpito de una de sus premoniciones. Justo debajo de la tetilla izquierda. Como un calambre, un toque eléctrico” (p.29).

Quizás porque buena parte de la novela transcurre en el pasado cuando Cuba se ilusionaba con llegar a ser la “Niza de América”, quizás porque la visita de Obama y los Rolling Stone opacan otras realidades, el tránsito de Conde por la ciudad y su vida cotidiana no me resultó tan duro como en novelas anteriores ¿o me habré acostumbrado a la marginalidad como un modo de existencia para nuestras sociedades?

Padura no ha perdido el ojo crítico sobre su ciudad y su país, pero el acento está puesto en otro nivel –tan familiar hoy también en el nuestro– el de la corrupción y en el desvalor de la palabra (“las palabras habían perdido su valor, ya no servían para nada, porque un hombre como aquel joven, bien podía llegar a ser su presidente». p. 79).

“Estamos jodidos”, señala varias veces Mario Conde. “Para mi la literatura en esencia es la manera que yo he encontrado de conocer un mundo y hacer el intento de expresarlo”, dijo alguna vez Padura.[4], dos modos que se conjugan en el amor a su tierra y a su gente, y que provoca sentido a ambas existencias, la del personaje y el hombre que lo ha creado, para poder decir como Jorgito Kamankola: “¡Ay, amor, la vida es un delirio! ¡Ay, amor, esta isla es un suicidio! ¡Ay, amor!.

.

[1] https://www.ecured.cu/Jorgito_Kamankola

[2] https://elpais.com/revista-de-verano/2021-08-26/quien-mato-a-yarini-el-proxeneta-mas-celebre-de-la-historia-de-la-habana.html

[3] https://totalnewsagency.com/2023/01/07/personas-decentes-la-mas-policial-de-las-novelas-de-leonardo-padura/

[4] Entrevista a Leonardo Padura, Programa de filosofia y etica en Cuba. cuban heritage collection. Universidad de Miami por Antonio Correa Iglesias https://bioethics.miami.edu/_assets/pdf/international/ethics-in-cuba/interviews-papers-and-other-documents/leonardo-padura/padura-interview.pdf

[1] Padura Leonardo, Personas decentes, Tusquets Editores, Buenos Aires: 2022. (Todas las referencias corresponden a esta edición).

[2] Leonardo Padura en la Biblioteca Nacional: “Con esta novela traté de volver al policial”, por Daniel Gigena para La Nación, 13 de octubre 2022, https://www.lanacion.com.ar/cultura/leonardo-padura-en-la-biblioteca-nacional-con-esta-novela-trate-del-volver-al-policial-nid13102022/

 [3] «A pesar de los pesares, vivo en una ciudad hermosa»: La Habana que ama el escritor cubano Leonardo Padura, por Mario Conde, para la BBC Mundo, 15 de noviembre 2019, https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-50296972

 

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

5 × cinco =