En buena compañía (sobre Bartleby y compañía)- Enrique Vila-Matas

En buena compañía

Querido amigo

Comienzo esta carta con un titubeo ya que no desconozco que la amistad da cuenta de una correspondencia entre dos personas. Y aunque la lectura del libro que acabo de terminar me sitúa en una relación muy especial con Ud., también es cierto que por el momento el sentimiento es unilateral, aunque valga para sentirme amiga suya y escribirle.

Le cuento que acabo de regresar de la playa, repitiendo este casi ritual en el que se ha transformado mi cotidianeidad, luego de finalizar Bartleby y compañía. El epílogo del libro está fechado en Barcelona. Pensé de inmediato en esa orilla catalana tan al alcance de su mano al escribir esas últimas líneas y entonces sentí el impulso de también ponerme en contacto con el mar; claro que es otro, el suyo es el del Mediterráneo, el de Serrat, el de “Pueblo Blanco”; el mío es de este Imbassaí, que me cobija con calidez desde hace varios meses.

Estando en el agua fue que surgió el inicio de esta carta, y tal como ocurrió con el inicio de la escritura sobre el Mal de Montano, me tomó la urgencia por regresar y sentarme frente a la computadora.

¡Qué buena combinación produce para mi escritura la literatura húmeda de mar!

Hubo una espera aún, sin embargo, mientras echada en la arena me entregaba al roce del viento. Fue cuando me fui tras las nubes, como si se tratara de las de Úbeda, hasta poder recortar en el cielo la imagen del narrador de su libro, el resignado hombre que va a escribir sobre los escritores del NO. Pensé enseguida en aquel otro, usted sabe, ya que a quién podríamos reconocer más amarrado a la historia de Notre Dame que a su fiel jorobado.

Ya en casa, mientras abría la computadora e iniciaba por fin esta carta, he puesto música, el recientemente descubierto Tony Fruscella, quizás en un intento de repetición de su «Me he levantado del sofá para poner de fondo música de Tony Fruscella, otro de mis artistas favoritos».[1], gesto en el que me he visto reflejada. Tal vez la música como el mar sean los espacios comunes para ambos, si pensáramos alguna vez en la posibilidad de una amistad cantada a dos voces.

Le confieso que tengo mucho por leer, un excelente prólogo a las Obras completas de Oliverio Girondo escrito por Raúl Antelo; los poemas del poeta luego, por supuesto; El castillo de Kafka que comencé mientras recorría el Mal de Montano; y tantos cuentos (Wakefield, por ej.) o recordatorio de libros y poemas que fui archivando a partir de la lectura para abordarlos en cuanto pueda, junto con las notas desaforadas que he ido copiando de su texto.

Por ejemplo, la cita de Primo Levi:

Todos deseamos rescatar a través de la memoria cada fragmento de vida que súbitamente vuelve a nosotros, por más indigno, por más doloroso que sea. Y la única manera de hacerlo es fijarlo con la escritura. La literatura, por mucho que nos apasione negarla, permite rescatar del olvido todo eso sobre lo que la mirada contemporánea, cada día más inmoral, pretende deslizarse con la más absoluta indiferencia.(p.26)

¿Qué es lo que escribe el protagonista-narrador? ¿De qué texto se trata? ¿un cuaderno, un diario, un conjunto de notas, un “texto invisible”? Es un narrador que escribe luego de veinticinco años de silencio y que cuando decide volver al ruedo es para dar cuenta de la No escritura de otros. Además decide hacerlo al margen, fuera del texto, con notas a pie de página, en las orillas (¿será que así ha querido situarlo, porque es necesaria la distancia, es necesario estar fuera de la misma literatura para hablar de ella?). Aunque lo importante para él sea escribir al fin que, como recuerda y nos cuenta, decía una amiga parisina, una mujer cubano-portuguesa de la que se sintió desde el inicio enamorado: “escribir, porque, a fin de cuentas, lo que allí se decía era que no había nada más que escribir y que no había ni siquiera por dónde empezar a decir eso, a decir que era imposible escribir”. (p.40)

Como una variante de esa enfermedad del Mal de Montano; también es un mal endémico lo que paraliza y obtura la escritura de tantos escritores que conforman esa lista que va armando el narrador, autores que, no obstante, han logrado en un algún momento algo formidable. Luego han callado, nos dice, o se han silenciado, incluso algunos se han retirado un poco más, abandonando del todo esta vida, quizás suspendidos por esa pregunta de Barthes ¿Por dónde empezar?

La pregunta formulada, sin embargo, no es para nada simple. Introducida en el derrotero que va tomando su libro, menos. Pero me he permitido, tarea que vengo realizando desde que lo conocí, dejar que algunas cuestiones se vayan incorporando a mi saber lentamente; la semejanza, para que me entienda sería como cuando se emprende un viaje, sobre todo esas clases de paseos que nos arrastran por antiguas ciudades cargadas de historia y de arte, con tanto para ver y tanto para descubrir. La primera reacción puede ser la desesperación, sobre todo si no se abandona la mirada cómoda del turista; la segunda, puede ser la de entregarse al disfrute mientras se asimila también aquello que a primera vista requiere una comprensión más ardua, confiando en que permanecerá en algún espacio de la memoria para regresar cuando sea oportuno y, entonces, será el momento de entender un poco más, será el tiempo de las asociaciones cuando esas imágenes y esas otras lecturas guardadas llegan para iluminarnos.

En su caso, creo que trata de otro tipo de viajero. Ud. pertenece a la compañía de los privilegiados. Es así que lo he imaginado, mientras escuchaba al narrador, sentado en medio de un círculo de pequeños post it coloridos en los que se leen algunas palabras que activan el mecanismo extraordinario de su memoria. Y es tan leve ese movimiento suyo, ese ir en búsqueda de las lecturas que van nutriendo su propia escritura, que el lector, partícipe entonces también de ese círculo imaginario, solo puede sentir admiración.

Como, por ejemplo, el acercarme el cuento de Felisberto Hernández, “Nadie encendía las lámparas” y luego el tropezarse con los muebles del narrador (antes había soñado que era un caballo),  tomado a tal punto por la búsqueda que ha emprendido, solitaria y atemporal, que hasta pierde el trabajo de oficinista. Un narrador ganado por la sombra bartlebiana, pero que es capaz de escribir:

De repente, la melancolía de la escritura del No se ha reflejado en una de las lágrimas de cristal de la lámpara del techo de mi estudio, y mi propia melancolía me ha ayudado a ver reflejada en ella la imagen del último escritor, de aquel con quien desaparecerá —porque, tarde o temprano, eso ha de ocurrir—, sin que nadie pueda presenciarlo, el pequeño misterio de la literatura. (p.119)

He quedado también suspendida en el aire, como en el cuento de Felisberto. Las luces apagadas, tropezando con los muebles a medida que abandono la mesa donde trabajo. He participado del pequeño misterio, me ha ganado la sombra de los escritores del NO. Le agradezco su sinceridad, creo que fue ahí donde experimenté aquello que le decía al inicio, de la amistad o por lo menos esa posibilidad. En esas últimas líneas usted escribió en respuesta a la pregunta de Florencia:

Por el miedo a quedarme sin el mejor lugar que conozco para vivir hechos tan extraordinarios como decir que el mundo no tiene sentido y, acto seguido, observar cómo el timbre profundo de la voz que ha dicho eso es el eco de ese sentido. (p.157)

Finalizar una carta es tan difícil como iniciarla. Prefiero lo que suele decir por aquí, en Brasil: a gente se vê. Será hasta la siguiente lectura de alguno de sus libros, será en nuestro próximo encuentro.

María Claudia – Imbassai, abril 2020

 

 

 

 

 

[1] Vila-Matas, Enrique. Bartleby y compañía (Biblioteca Breve) (Spanish Edition). Grupo Planeta. Edición de Kindle. Todas las referencias a la obra corresponden a esta edición.

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