Kokoro, de Natsume Sõseki

Kokoro, de Natsume Sõseki

 

Las palabras vivas no solo sirven para hacer vibrar el aire, sino que también pueden agitar poderosamente el corazón humano.

 

 

Se ha convertido en algo necesario esto de escribir sobre mis lecturas. Como si no pudiera continuar sin establecer esta conversación conmigo misma, con el libro que acabo de terminar; en algunos casos, hasta con su autor.

También es un modo de ayudar a la memoria. Escribir para lanzar al futuro algo más que el recuerdo de la emoción.

Y antes de colocar en la pila de pendientes los dos libros que acabo de conseguir de Chejfec, luego de ponerle un punto (por ahora final) al María Domecq de Juan Forn, deslizo junto a mi computadora Kokoro[1] de Natsume Sõseki.

La elección tuvo que ver con el halo japonés que viene circundándome desde hace varios meses. La mudanza de casa permitió, además, un nuevo contacto con la biblioteca, en esto de volver a organizarla sobre las mismas maderas (ampliadas ahora) que me vienen acompañando desde el 2007; esa biblioteca que diseñé copiando una que alcancé a espiar en una casa de Caetano Veloso (ya he escrito alguna vez sobre ello).

Kokoro fue un regalo de mi hijo Ignacio, creo que por enero del 2011. Por lo menos, esa es la fecha de entrada en mi primera lectura que hice en Iguazú.

Trece años después vuelvo a leerlo, escribo que es julio y estoy en Buenos Aires, preguntándome entre otras cosas, en esas cortas líneas, si realmente había llegado a leer Kokoro en el 2011 porque no recordaba nada de la historia, ni siquiera una imagen. Luego descubrí más tarde y ya avanzada la lectura, que eso había ocurrido ya que en la página 149 encontré una huella de mi paso: “Si hubiera reaccionado como de costumbre, habría dicho algo negativo contra mi padre, pero ahora yo no era el de siempre” con el agregado de una carita feliz al costado.

¿Por qué ese destaque, que hoy seguramente no hubiera hecho? ¿Qué fue lo que quise destacar? Eso sí no lo recuerdo.

En esta segunda lectura he hecho más marcas que la primera vez, inclusive la hermosa cita que antecede esta crónica.

También leí con mayor atención la introducción de Carlos Rubio (quien además traduce) que pone en contexto la novela y desasna sobre la importancia de Natsume Sõseki (1867-1916) “poeta, ensayista y autor de novelas cuyas páginas se incluyen en los libros de textos de los niños y adolescentes japones de hoy en día”. (p.31)

Rubio señala que

Antes de fin de siglo, el japonés intelectualmente curioso, y el pueblo japonés lo es en extremo, sin tener conocimiento de lenguas europeas podía tener acceso a muchas de las grandes obras de la literatura universal. (p.13)

 

Sõseki tiene acceso como tantos otros estudiantes de su época a todos esos libros que comenzaban a llegar de Occidente. Estudia literatura inglesa y tiene además la oportunidad de vivir unos meses en Inglaterra (para el 1900); sin embargo, contrario a sus pares y sin alejarse de esa influencia, construye una obra que sobrevuela, incluso desde un cierto rechazo, ese contacto occidental. Obras somo Yo, un gato (o Soy un gato) publicada en 1905, se destaca por esa originalidad…

(¿Debo confesar que ya bajé esa novela? ¿Debo escribir que me espera Chejfek y que no se puede leer todo al mismo tiempo?)

 

  • El misterio de la lengua

 

Kokoro es un término japonés que abarca palabras en español como “corazón”, “mente”, “interior”, “espíritu”, “alma”, entre varios otros como, por ejemplo, “intención”, señala Rubio.

Esta imposibilidad de la traducción lineal me recordó lo que sucede con el término portugués saudade, que encierra tantos sentimientos en mi lengua sin limitarse, no obstante, a ninguno. Entiendo que hay palabras (y se me ocurre pensar en el lunfardo) que mas que un significado contienen lo misterioso e indescifrable de la cultura de un país que no puede entenderse, se experimenta.

Pienso ahora, además, que no debo olvidar que la escritura original del término es un ideograma, una representación visual. Según Lao Tzu, “los ideogramas se utilizan para representar conceptos abstractos o ideas que están más allá de la comprensión humana y que no se pueden expresar con palabras”.

¿Qué relación tiene toda esta cuestión con la novela sobre la que estoy escribiendo?

Creo que mucha, ya que no puede leérsela sin tener en cuenta todo esto. Así como, y ocurre especialmente en estos pasos insondables y misteriosos de las lenguas, hay una traducción de por medio que opera, aún con todo el cuidado de quien realiza el trabajo, en la lectura del texto.

Y, por otro lado, se trata de una novela que ha sido escrita a principios del siglo pasado, –leo hoy más de cien años después– en un Japón en profunda y compleja transformación cultural.

Se publica por primera vez en 1914, en el periódico japonés Asahi Shinbun en forma de serie. Luego se editará con el título actual y como novela.

Consta de tres partes, diferentes: las dos primeras el personaje y narrador es “Yo”, la tercera será “Sensei”, protagonista de la historia de la extensa carta que resume su historia. Ambos son los personajes principales.

 

  • Kokoro se ha ido

Una pausa para contar que Kokoro se ha escapado al sur de la mano de mi sobrina Nune, en su tránsito Japón-Bs.As./Bariloche-Japón nuevamente, si la visa en trámite la ayuda para regresar donde ya tiene trabajo esperándola.

No dudé en prestarle la novela. Su mirada clara, sus ojos heredados de su abuela materna, conservan los gestos y silencios del reciente tránsito por aquellas tierras. Su mirada recorrerá las líneas de Kokoro por otras rutas, seguramente, diferentes a las mías.

Me viene bien alejarme del libro para escaparle a la tentación de no poder desprenderme de la introducción de Rubio.

Me viene bien para pensar en esta distancia obligada entre esas páginas y mi mano, qué provocó la lectura, relectura en realidad, de Kokoro. Una novela escrita hace más de cien años, por lo tanto, al ritmo de una pluma del 1900, Sõseki piensa desde ese personaje sin nombre, ese “Yo”, en tantas cuestiones que hoy siguen vigentes, no solo en Japón, de los valores y otras yerbas.

Y aun así, y como decía recientemente una expositora sobre Julio Cortázar, la novela se sostiene un siglo después para que yo como otros lectores hablemos más que bien de ella.

Aún hoy el mundo continúa en constante transformación.

Es cierto que el contexto de Sõseki es de un Japón ingresando un poco a la fuerza y otro no (con todo lo que eso implicaba) en la modernidad. La búsqueda de la identidad del protagonista no es personal, también es la de una nación en un mundo que, de pronto, irrumpe en su ser cotidiano. Pero mucho de esa “incomodidad” y desajuste siguen vigentes hoy (claro que con otros ingredientes) y nos obliga a vivir readaptándonos a la complejidad mutante de la realidad.

En fin, puede ser que con el tiempo ya no recuerde los detalles de la novela, pero esta escritura me permite reflexionar sobre ella y de algún modo así, guardo en mi memoria débil algo más que la emoción, como me ha ocurrido con todos los libros que se quedan anclados a mi corazón. También en español esta palabra alza vuelo hoy hacia distintas direcciones.

 

 

 

[1] Sõseki Natsume, Kokoro, Ed. Gredos, Madrid: 2009

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

diecisiete − 10 =

María Claudia Otsubo