En esta tarde lluviosa de sábado, habiendo regresado de Bormazo, deshecha ya la valija, y luego de acomodar esas cosas que uno trae de los viajes, además de la experiencia y las imágenes, permitiendo que los ojos vuelvan a reencontrarse despacio con lo cotidiano, lentamente dejé caer la cabeza sobre la almohada y estirando apenas un poco el brazo busqué lo que había abandonado dentro del cajón de mi mesita de luz: el libro de Clarice Lispector.
Retomé la lectura, que fue casi como iniciarla nuevamente. No era sencillo luego de haber transitado Bomarzo, y Clarice nunca me lo ha hecho fácil.
Copio entonces, como si esas palabras excusaran mi falta de paciencia, el comienzo de la nota de edición escrito por Rosario Hubert:
Como sugiere Hélene Cixous, la escritura de Clarice Lispector es un ejercicio de esfuerzo, una experiencia inevitablemente incompleta, inabarcable, quizás infinita. Leer a Clarice implica negociar los límites de la expresión y de los significados de la lengua […].
Ah, por cierto. Estoy inmersa en la novela Aprendizaje o el Libro de los placeres.
II
Me reencuentro entonces con Lori y su dilema por vivir porque [...] vivir finalmente no pasaba de acercarse cada vez más a la muerte. Y por lo tanto con la narradora, que es Lispector, porque solo ella es quien puede escribir: [...] estaba vibrando de puro deseo como le ocurría antes y después de la menstruación.
Diviso como entre bambalinas a Ulises, ese hombre que la observa curioso, expectante. No puedo dejar de asociar su nombre con el del Odiseo griego, quien pidió ser atado al mástil de su embarcación para no sucumbir al canto de las sirenas.
El placer, la búsqueda del placer se vincula a la muerte, señala Lispector.
Por eso la novela ya se inicia en los acápites elegidos:
…una puerta abierta en el cielo….» del Apocalipsis;
del dolor en la alegría, de Augusto dos Anjos;
morir y vivir, en palabras de Paul Claudel.
Y por fin, en el título de la primera parte: El Origen de la Primavera o La Muerte Necesaria en Pleno Día (así en mayúsculas lo escribe Clarice); y esa coma tan particular con la que inicia el texto omitiendo, y develando al mismo tiempo, parte de ese monólogo interior, que es Lori, que es el mío propio como lectora.