Mi encuentro con “la Simona”
Una crónica sobre Les mandarins (Los mandarines)[1] de Simone de Beauvoir
Las lecturas, mis sucesivas y continuas lecturas, se van enhebrando en un tejido que se inicia sin diseño previo. Un trabajo de las manos, solo dispuestas a sujetar las agujas anticipando desde esa lazada inicial al goce del oficio y del ritmo que me conducirá por el entramado de las hileras.
Las lecturas, mis lecturas se encadenan unas con otras, insertándose armoniosamente, expandiendo la pincelada, aquella original que se depositó sobre el lienzo.
Las lecturas me conducen por una deriva dichosa, solo guiada por la fuerza del ahora y por la entrega hacia lo misterioso que, a veces, defino como intuición.
Hoy, en la noche en que he comenzado a escribir esta crónica, durante la extensa pausa que me proporciona un aeropuerto cualquiera, advierto mi recorrido y doy cuenta de ello. Aunque no camino al azar, lo inesperado se produce dentro de una ruta ya pautada, con la libertad de tomar hermosos desvíos de los que regreso enriquecida.
En el fluir de últimos meses, que fueron llegando morosamente, como este año le ocurre en mi ciudad a la primavera, sumé al camino –incierto y sorprendente– a un grupo de escritoras francesas. Primero fue Delphine de Viggan quien trajo después a Annie Ernaux; ella a su vez me susurraría acerca de Violette Leduc; luego y, como no podía ser de otro modo, todas remitirían a Simone de Beauvoir, en esa suerte de íntima conversación, de monólogo con anhelo de escucha en el que se van transformando mis crónicas de lectura.
Aunque ya había estado en el umbral de la puerta de Simone de Beauvoir repetidas veces, nunca no me había decidido a ingresar del todo. La había tratado cuando tuve citas con Armonía Sommers. De ese encuentro evoco a Ana Inés Larre Borges, con quien intercambié correos al presentir un vínculo entre la uruguaya y la francesa. Entonces me escribiría Ana Inés:
No, no creo que sea para nada disparatado ligar a Armonía con «la Simona», así la llamaba nuestra Idea Vilariño a Beauvoir, cuando era joven (cuando Idea era joven). Estas escritoras de los cincuenta participaron todas de ese sofoco de esa década tan pesada y se rebelaron cada una a su modo en sus literaturas. No creo que las uruguayas fuesen discípulas de Simone de Beauvoir, pero pronto supieron de ella, la primera colaboración de Vilariño en el famoso semanario Marcha fue una traducción de de Beauvoir, e imagino que Armonía también estaba enterada. Pero antes de eso debieron sentir esa rebeldía. Así que me gustó leer tu conexión, porque recuerdo hace tantos años que leí La mujer rota, Algo muy distinto de La mujer desnuda, artísticamente, tú señalás bien que el libro de Armonía es más bien gótico y surrealista, y Beauvoir trabaja desde la razón. pero bueno comparten esa disconformidad, esa visión de género, que la otra teorizó. Leete El segundo sexo, pone muchos ejemplos de la literatura que seguro te gustará leer, hace mucho leí ese libro, pero lo recuerdo también entretenido.
El tejido
El tejido, ese iniciado sin ruta previa, fue creciendo a medida que avanzaba por las lecturas de de Viggan y de Ernaux vislumbrando un dibujo que el texto de Leduc enriquecería por completo, hasta llevarme a de Beauvoir.
Fue ella quien prologó ese libro brutal de Leduc La bastarda. Ambas escritoras se habían conocido en 1945. Para ese entonces, Leduc era “una escritora en apuros sumida en la pobreza” mientras que “Beauvoir y su socio Jean Paul Sartre eran la pareja de oro de los círculos intelectuales parisinos”. [2],
Simone de Beauvoir nace en París en 1908 y fallece en la misma ciudad en 1986. Filosofa, profesora, escritora y activista femenina.
Annie Ernaux la nombra varias veces en su novela Perderse; entre las citas de ese libro rescaté: “Releer Les mandarins me ha dado ganas de escribir realmente sobre esta pasión sin hacer trampa”.[3] Ernaux encuentra que la protagonista de Les mandarins, Anne, sufre la misma obsesión absurda por el hombre del que se ha enamorado, que es la trama de su propio texto. Ella es tan Annie como la Anne de su historia, señala.
También hubo muchas menciones a de Beauvoir mientras leía a las escritoras latinoamericanas, pero fue necesario que llegara este tiempo de plantar los pies en tierra francesa para encontrarme con ella.
(Obedeciendo a este ir y venir de mis manos, después de cada lectura, hacia la escritura: mis manos rozando el papel impreso para volcarse luego a la hoja en blanco donde entablar la conversación; manos laboriosas sobre el tejido, combinando colores y formas, alejando incluso cada tanto la trama construida para captar la totalidad y saber entonces por dónde continuar).
Mis ojos recuerdan esta noche el inicio de este último camino, las detenciones, los retrocesos y los momentos de pausa para retomar el aliento y continuar.
Esta noche incierta, ya finalizada la lectura y antes de escribir sobre Les mandarins, mi escritura no ha hecho más que recordar el modo.
Les mandarins (1954)
Había leído a de Beauvoir solo por párrafos, a lo sumo algún capítulo, y siempre en vinculación a otros textos. Nunca la había abordado por completo y decidí comenzar por la extensa novela que ella publica en 1954, por la que obtuvo el Premio Goncourt (en ese mismo año).
La trama de la novela se desarrolla en el último año de la Segunda Guerra Mundial, en 1944. Se dice de ella que “es la novela más importante que se ha escrito sobre la posguerra en Francia”.
La historia recae sobre dos protagonistas: Henri Perron y Anne Dubrehuilh. En extensos capítulos se intercala la voz de cada uno. Henri es un escritor e intelectual francés, a cargo de un semanario de izquierda; Anne casada con un afamado escritor y también activista de izquierda, Robert Dubrehuilh.
Son varias las reseñas que advierten sobre la dificultad de lectura de este texto, por la cantidad de personajes y por la trama en la que se pueden leer vinculaciones políticas, filosóficas y sociales de ese preciso momento histórico en el que Francia aún se debate, entre la salida paulatina del estado de guerra, sumando las posturales contrapuestas entre la influencia norteamericana o la rusa, vigentes con sus ideologías y propaganda política.
A pesar de todo eso, debo confesar que transité por todas estas cuestiones con intenso placer, no preocupándome tanto por seguir esas derivas que, tal vez, les corresponden a otras críticas del texto y deteniéndome mucho más en el manejo que de Beauvoir hace de los vínculos amorosos y afectivos.
Porque la escritura que despliega de Beauvoir es atrapante. Las pausas que realicé durante el recorrido fueron para saber que cada tanto debía regresar al presente por el deber de enfrentar la cotidianeidad.
Ya finalizado el libro, me dedico a investigar sobre el mismo. Así encuentro que se le adjudica mucho de autobiográfico a los personajes que componen la historia:
Por otro lado, los personajes de «Les mandarins» guardan una cierta semejanza con seres de la vida real. Simone de Beauvoir ha reflejado rasgos de su personalidad en el principal personaje femenino, Anne; el pensamiento de Robert Dubreuilh es una viva encarnación de lo que fuera el de Sartre… y así ocurre con otros personajes que recogen las ideas de los intelectuales del momento. La propia autora resta importancia al carácter autobiográfico de su novela y afirma a propósito de los personajes:
«J’ ai révé aux personnages des Mandarins jusqu´ a croire à leur existence»[4]
(“Soñé con los personajes de Los mandarines hasta que creí en su existencia”)
Así también, el personaje que construye sobre Henri Perron se puede asociar por sus expresiones y sentimientos expuestos a Albert Camus.
Ningún momento de la novela escapa al clima inquietante de la posguerra. Los viajes a Portugal (sumida en la pobreza, a excepción de un grupo selecto que vive en la opulencia) a Estados Unidos o a España se realizan desde esta vivencia y no escapan a la mirada crítica (en los ojos de los protagonistas) de la autora.
(Ya finalizada la novela, comencé a ver una miniserie por pantalla “Los pacientes del Dr. García”, producción española sobre la novela con el mismo título publicada en el 2017 por la recientemente fallecida escritora Almudena Grandes. En muchos aspectos podía hacer la equivalencia con el texto francés: el conflicto de ideologías e imperialismo de posguerra, el autoritarismo, la pobreza, la censura política, entre otros).
Confieso que seguí con mayor deleite los capítulos que referían a la historia personal de Anne, menos cargados de cuestiones o ideas filosóficas y políticas, más centrado en los vínculos que la mujer tiene con el que es su marido, Robert, con su hija (Nadine) y, sobre todo, en la pasión que le despierta el amante americano.
Anne, una mujer joven e inteligente, psicoanalista, que así se autodefine:
Heme aquí claramente catalogada y aceptándolo, adaptada a mi marido, a mi oficio, a la vida, a la muerte, al mundo y sus horrores. Soy yo exactamente yo, es decir, nadie” [5]
Anne encuentra en Lewis Brogan (quien es el escritor estadunidense Nelson Algren, a quien de Beauvoir dedica la novela y con el que mantuvo una relación de más de diez años, quedando como testimonio un registro epistolar entre ambos) una respuesta a esa angustia de “no ser” en el primer viaje y primer encuentro. Ya regresando un año después a EE.UU., es que comprende que él ha dejado de amarla y que lo que le queda entre manos de esa relación es solo el pasado compartido. No hay futuro para ellos y con esa certeza regresa para siempre a París debatiéndose entre si tiene sentido o no continuar viviendo. (cuestión que se develará en las páginas finales de la novela).
El personaje de Anne es intensamente femenino y es claro que Ernaux se haya sentido identificada con el suyo propio, autobiográfico, de Perderse. Como lectora mujer es difícil escapar a su magnetismo.
Al finalizar indagué sobre el título de la obra, encontrando que “El título hace referencia a la élite intelectual francesa del momento, “mandarines”. En ese ámbito se desarrolla la novela.
Más allá del extenso análisis que puede realizarse de Les mandarins, encuentro que lo que prevalece, para mí, es el tratamiento de dos cuestiones esenciales: el amor y la amistad. Dice Anne:
El amor estaba muerto y la tierra todavía ahí, intacta, con sus cantos secretos, sus olores y su ternura. Yo me sentía conmovida como el convaleciente que descubre que durante su fiebre el sol no se ha apagado. [6]
Por sobre las ideologías, por encima de las posturas políticas, luego de haber atravesado la devastadora guerra, con el sentimiento a flor de piel que en cualquier momento puede iniciarse otro conflicto, los personajes de Les mandarins sufren y aman hasta el extremo. Sobre esto, y maravillosamente, ha escrito de Beauvoir.
[1] De Beauvoir, Simone, Les mandarins, Edhasa, Barcelona: 1982, 2020. Leida en sitio SCRIBD-
[2] Barnes, Elodie. “Writing for Madame: The Complex Friendship of Violette Leduc and Simone de Beauvoir”, Literaly Ladies Guide, abril 2022. https://www.literaryladiesguide.com/literary-musings/complex-friendship-violette-leduc-simone-de-beauvoir/
[3]Ernaux Annie, Perderse, “Se perdre”, Ed. Cabaret Voltaire, España:2021, e-pub bajo el sitio SCRIBD
[4] Pagán López Antonia, Simone de Beauvoir “Les Mandarins”, Anales de Filología francesa, N°2, Págs.87-102, file:///D:/Downloads/Dialnet-SimoneDeBeauvoir-206039%20(2).pdf
[5] Les Mandarins, op.cit. p. 47
[6] Les Mandarins, óp. cit. p.
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