ANNIE ERNAUX , La escritura desde el recuerdo (La Mujer helada – No he salido de mi noche- Memoria de una chica)

La escritura desde el recuerdo

  

¿No es escribir lo que escribo una manera de dar?

 

He leído en continuado –luego de finalizar Una mujer– tres libros de Annie Ernaux, en este orden: La mujer helada (1981); No he salido de mi noche (1997) y Memoria de una chica (2016).

He contenido el impulso de escribir luego de cada lectura, quizás presintiendo que había una razón para demorar ese instante, un motivo que esta mañana, al sentarme frente a la pantalla, toma cuerpo y se devela, como la imagen de la ciudad soleada que ha asomado a mi ventana al correr las cortinas.

Es que creo –y es solo un intento que busca alejarse de toda otra reseña o ensayo ya escrito sobre Ernaux, tan solo dejar correr la propia voz– haber hallado un común denominador en todos estos libros.

Un mismo origen que se apoya en ese otro, el del recupere que posibilita la memoria, eso que le hace expresar en uno de los libros: “He empezado a hacer de mí un ser literario, alguien que vive las cosas como si un día debieran escribirse”. (Memoria de una chica, p. 131), y también:

Pero para qué escribir si no es para desenterrar cosas, hasta una sola, irreductible a explicaciones de toda suerte, psicológicas, sociológicas, algo que no sea el resultado de una idea preconcebida ni de una demostración, sino del relato, algo que salga de los repliegues escalonados del relato y que pueda ayudar a entender –a soportar– lo que sucede y lo que se hace. (Ídem, p. 87)

 

Memoria y escritura.

En un ida y vuelta.

“Escribir sobre la propia madre plantea, a la fuerza, el problema de la escritura” (p. 31), expresa en No he salido de mi noche, un libro que habla sobre su madre, la misma que ha sido protagonista de la novela Una mujer. Dos textos dedicados a esa figura; en uno la escritura plantada para sobrellevar el proceso de la enfermedad; en el segundo para, y de alguna manera, procesar su muerte.

Las otras dos publicaciones mencionadas: Memoria de una chica y La mujer helada refieren a dos momentos de la vida de Ernaux: la de los años cuando abandona la casa paterna para estudiar y los de la etapa de recién casada.

En los cuatro libros, los párrafos anudados, descarnados y auto referenciales, las citas constantes a la música y al cine de época me ponen en contexto. Escucho su música mientras leo: Tennet, Aznavour, Piaf y tantos otros; acompaño con las imágenes de Brigitte Bardot y el cine clásico francés. En cuanto a la pintura que ella cita, reconozco en ese gesto, la mirada del presente, la de la adulta que puede vincular el cuadro, tal vez conocido muchos años después, con esa memoria andariega. Entonces busco La belleza de día de Tanning, para comprender mejor el texto que estoy leyendo y esa búsqueda me lleva a encontrar que la pintora ha escrito sus Memorias, y allí confiesa:

Dorothea Tanning, más bizarra por mujer que por surrealista

…que buscaba llevar al público hasta un espacio donde todo se oculta, se revela, se transforma súbita y simultáneamente: donde se pueda contemplar una imagen nunca vista hasta ahora que parezca haberse materializado sin mi ayuda [1]

Dorothea Tanning fue, además de una artista increíble, escultora y escritora estadounidense, la mujer de Marx Ernst. Annie Ernaux, que seguramente leyó esas memorias, las hace suyas al citar esas palabras. La pintura es el nexo intertextual entre ambas mujeres.

Universo ilimitado

Las lecturas que he transitado me han puesto en contacto con un universo ilimitado (tanto que no pude dejar de sentir ese vértigo, mientras la iba leyendo, el que llega con tantos escritores que me han colocado al borde del abismo, el de esa espantosa certeza al comprender que no alcanza esta vida para abarcar tanto; esa certeza que me lleva al punto de desear tantas veces (claro que con toda esta tecnología) a emigrar a una isla desierta – ¿Imbassaí? – donde solo alimentarme de estos recorridos y de los vínculos que se van abriendo a medida que avanzo por las lecturas).

Simone de Beauvoir, Violette Leduc, Marcel Proust, Fiodor Dostoyevski, Rosamond Lehmann entre otros; incluso Erik Satie, además de compositor, escritor. No lo sabía.

Las referencias al cine o a la música son una constante en los recuerdos que se van recuperando y que me ubican a finales de los años cincuenta, comienzos de los sesenta. Tan solo unos años después, ocurre lo mismo para La mujer helada, que refiere a la etapa del matrimonio con Philippe Ernaux (se divorcia en 1980, pero conserva el apellido). A él, a Philippe le dedica el libro; el, como tantos hombres importantes en la vida de Ernaux, será nombrado más de una vez por sus iniciales: P o H, A, M… en sus otras publicaciones. Encuentro una nota que comenta las filmaciones que el matrimonio realiza en los últimos años juntos. Algunas imágenes han salido a la luz al cobrar notoriedad Ernaux, a raíz de haber ganado el Nobel. Lo interesante del artículo es que, al separarse la pareja, ella se quedara con todo el material filmado, “Él se quedó con la cámara que usaría en su nueva vida y me dejó el proyector, la pantalla y todos los rollos de película. Él, resueltamente, entró en otra existencia y abandonó la memoria de la antigua con nosotros”. [2]

La nota es de diciembre 2022 y, afirma la importancia que para Ernaux tiene no haber abandonado ella a su vez la propia memoria.

 

Pero, regreso a mi derrotero.

La mujer que ha escrito estos libros es la del presente, es la que puede hacerlo años después; en algunos casos “Al borde de las arrugas que ya no puedo ocultar, de las carnes flojas” (La mujer helada, p. 164). También es la que lo ha hecho casi de inmediato cuando necesitó exorcizar el fantasma de la madre recién fallecida.

Siempre “buscando desenterrar” (las líneas han surgido involuntariamente mientras escribía al texto, y así se han unido en una coincidencia de significante sin intención) o buscando algún otro resultado que no sea el de “entenderse a sí misma”.

Y aquí llego a la cuestión que fui posponiendo desde que esbocé ese aventurado “creo” escrito más arriba, y que me interesa rescatar para focalizarme en el proceso de su escritura, en el procedimiento empleado: La construcción de todas sus novelas a partir de las notas, del diario íntimo, de las cartas o de la fotografía.

Ernaux se apoya en el testimonio asentado; un archivo al que recurre para poder narrarse a sí misma. Por ejemplo, cuando acompaña el proceso de enfermedad de su mamá: “En el período que pasó en casa me puse a anotar, en trozos de papel, sin fecha, frases, comportamientos de mi madre que me aterrorizaban” (No he salido…p.8), con la conciencia además que “la literatura no puede nada” (ídem, p. 62), porque:

No es literatura esto que estoy escribiendo. Veo la diferencia con los libros que he hecho, o más bien no, porque no sé hacer libros que no sean esto, este deseo de salvar, de comprender, pero de salvar primero. (ídem, p. 73)

En Memoria de una chica, unas pocas cartas escritas en esos años sirven para reafirmar o contradecir el propio recuerdo; y luego la construcción desde las fotografías; aunque a veces éstas en realidad no existan “No hay ninguna foto suya del verano de 1958” (M. de una chica, p-12); y, sin embargo, luego de esa línea se encuentra ese párrafo que retrata en detalle todo el contexto reemplazando la instantánea.

Entonces pensar que más allá de las fotografías guardadas existentes, nos acompañan las interiores, esas que la memoria recortó y atesoró del mismo modo, o más; tanto lo hizo que hasta creemos que debe existir en alguna parte un testimonio de ellas ¿Cuántas veces he procurado hallar una foto sabiendo en el fondo que es inexistente? Y si, por casualidad aparece, ¿Coincide la foto con la internalizada?

Es maravilloso el trabajo de la memoria.

Quizás fue ese proceso vivido por su madre (Alzheimer) lo que la impele, con imperiosa necesidad, a retener su vida en las líneas escritas.

El valor de la escritura

No estoy segura –y no sé si tiene sentido formular esta opinión– si Ernaux está por encima de tantos otros escritores que hubieran merecido un Nobel (pienso en Padura, en Vila-Matas ¿serán aún muy jóvenes?; en nuestro querido Noé…) lo que sí sé es que su escritura me ha conmovido por ese reflejo que provoca, como si se tratara de mi imagen en un espejo alto de tocador, reconocer mucho de mi experiencia personal. Del mismo modo, también me he llegado a preguntar si esa simetría la puede experimentar quienes no tienen la vivencia de esa música, de ese cine, de ese modo demodé de movernos por la vida. Si la memoria de esa chica de fines de los cincuenta tiene algo que ver con la que puede vivenciar hoy una del siglo veintiuno. ¿Cuál es la realidad actual de la mujer frente a los demás vínculos: hijos, pareja, su madre? ¿Seguimos siendo las mismas en el fondo, en cuanto a las dependencias y las dudas?

Seguramente todos estos interrogantes sean también en sí mismos la respuesta al valor de la escritura de Ernaux. El solo hecho de plantearlos me indica que ella las ha generado y, en tal sentido, la hace universal.

Aún me quedan algunos títulos de Ernaux (he salteado la continuidad por la curiosidad provocada por Leduc y por Beauvoir, que espera hace días en cola).

Una figura llega con fuerza al reparar en este recorrido vertiginoso ya realizado por sus libros: la de encontrarme dentro de un círculo.

Sentada en el centro de sus publicaciones, voy y vengo de uno a otro, no en una continuidad sino en un retroalimentarse, sin importarme con exactitud cuál ha sido el primero de los textos por lo que he ingresado a su universo.

Según la misma Ernaux, ese origen de su escritura estaría en la chica de su Memoria, pero no porque esa novela sea la primera sino por esto que escribe:

… No construyo un personaje de ficción. Deconstruyo la chica que fui. Una sospecha: ¿No habré querido, subrepticiamente, desplegar ese momento de mi vida para experimentar los límites de la escritura, llevar hasta el extremo la lucha contra la realidad? (Llego a pensar que mis libros precedentes no son sino aproximaciones, vistos desde este punto de vista) (p. 49)

 

Yo le agregaría que para los libros que continúan a esta novela también.

Así como “desde H, necesita un cuerpo de hombre pegado a ella…” (M. de una chica, p-54), la escritora necesita, ha necesitado apuntar, tomar notas, que no solo la han nutrido, se le han adherido a la piel.

No hay que buscar un sentido. Más bien lo que ella “ha encontrado entre sus papeles, una especie de nota de intenciones” para explorar el “abismo entre la espantosa realidad de lo que ocurre, en el momento en que ocurre y la extraña realidad que reviste, años después, lo que ha ocurrido”. (ídem, p.141)

No me quiero extender, no estoy armando un trabajo sobre Ernaux, solo leyéndola, advirtiendo su valentía para exponerse. Como dice un profesor querido, su escritura es de ladrillo consistente con el que ha conseguido montar un prodigioso edificio; de otra manera, con seguridad, Ernaux pronto pasaría al olvido.

 

 

[1] https://masdearte.com/especiales/dorothea-tanning-el-cuerpo-humano-y-sus-huidas/

[2] https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-cultura/20221210/recuerdos-super-8-anie-ernaux-79752774

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