SARA GALLARDO – Los galgos, los galgos

(desde Imbassaí)

 

Los galgos resollaban echados en la sombra, si tenían hambre no lo demostraban. Son así, aristocráticos.

 

 

Los galgos, los galgos

letanía,

un eco,

reitero su nombre

en el vacío

de la ausencia.

Los galgos, los galgos

no comprenden

porque no comprenden

solo permanecen

que ella,

sin embargo,

se ha ido.

Los galgos, los galgos

corren veloces

y mueren, luego,

como la nota final

de una bossa

como mi tristeza

sin remedio.

Los galgos, los galgos

eco,

letanía

que murmuro

en otra tierra

junto al río

extraño.

No los encuentro

a mi regreso;

uno ha partido,

antes,

la otra es apenas

un reflejo dorado

cuando vuelvo.

Como mi amor

se trata

de pérdidas

y desencuentros

se trata

tan solo,

solo de eso.

Amor

te busco

en el horizonte

donde el sol

ilumina el monte.

Amor

te imagino

en las otras

donde el cuerpo

dibuja recuerdos.

A veces llega la tarde

sin que el rocío

levante de los pastos,

sin que se derrita

el caramelo barroso

que bordea los charcos

evoca mi memoria,

cuando te pienso.

Los galgos, los galgos,

repito

letanía, eco.

Ahora no éramos

tan jóvenes

como se es al amanecer

murmuro.

—El hombre tiene que vivir,

don Julián;

las cosas son así no más

respondieron

llorosos.

ayer,

último día del verano.

 

LUEGO

 

Claro que habría mucho más para escribir sobre la novela. Decir por ejemplo, que Ricardo Piglia menciona a Sara Gallardo en la conferencia que dicta en Cuba, en la Casa de las Américas, en el 2000. Allí Gallardo es citada, como parte de nuestra tradición literaria, junto a Julio Cortázar, Manuel Puig, Rodolfo Walsh, el poeta Juan Gelman, e incluso la brasileña Clarice Lispector.

También trabajos de investigación y valorización como los de Lucía De Leone, Leopoldo Brizuela, entre otros, destacan la importancia de Sara Gallardo. Su escritura es disruptiva, escapa a la generación de mujeres que la circundan en ese momento. Gallardo se atreve a mucho más y se afianza como una increíble narradora a la par que va ganando su espacio, también particular, en la tarea periodística.

Encontré en Los galgos, los galgos –novela extensa que, sin embargo, fui leyendo con urgencia- maestría narrativa  y humor (mucho humor). Demoré, llegando al final, ese punto último que me dejaría en orfandad, como me ocurre con los buenos libros.

Cada parte, son cuatro, en la que se divide el texto tiene una impronta distinta. Incluso podrían leerse casi de modo independiente. Pero en todas sobrevuela el devenir de Julián y su vínculo con Lisa, que nunca llega a ser pleno. Incluso en la primera parte, cuando la pareja está junta y se van construyendo los planes -la llegada a Las Zanjas, su remodelación, los proyectos de «impostado estanciero»- iba palpitando cuándo llegaría el desencuentro, la ruptura. Y eso me lo transmitía el protagonista, sin decirlo, solo por sus gestos, por esa pesadumbre que desde el inicio y durante todo el relato gobierna su vida.

Solo Corsario y, luego Chispa (porque los otros dos galgos que se suman luego no alcanzarán la jerarquía de los primeros) contienen lo más fiel y más verdadero, porque de eso trata el vínculo con los animales: aman sin miramientos, sin condiciones, misteriosamente, tanto como nos aman los niños.

Esta crónica se fue armando en dos partes. La primera, inmediata, surgió del arrobamiento mientras esto último desbordó hoy, al día siguiente, con la misma intensidad, conmovida. Cierro con las líneas que Gallardo repite (la reiteración es otra de las características de la novela) en la voz de Julián, y creo condensa lo que me provocó la trama:

Los dados por ejemplo juegan para ellos de manera diversa. Entre la gente caen dados, sale amor; caen, sale encanto; caen, sale drama; caen, sale boda; caen, no sale nada. ¿Por qué? No soy yo quien los tira ¿Cómo saber?

 

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