LA TRAMA CELESTE – Adolfo Bioy Casares

(en tiempos de coronavirus)

 

Habrá infinitos mundos idénticos, infinitos mundos ligeramente variados, infinitos mundos diferentes…

Luis Augusto Blanqui

 

Primera parte  (24 de abril)

 

Entre el fin de una novela y el inicio de otra, en este recorrido por los textos de Bioy Casares, imagino que hago una pausa, algo similar a un intervalo, y leo el cuento “La trama celeste”, que se publica en un volumen con ese mismo título en 1948.

Es un cuento largo, de inmediato me atrapa por el suspenso, que asocio a imágenes de famosas películas de ciencia ficción, y a otros textos literarios que abordan la posibilidad de la coexistencia de los universos paralelos (Lovecraft, por ej.). Un índice nítido de esos reenvíos es el recurso de las citas (como en la construcción de sus anteriores dos novelas, aventuro). Desde la cita de Blanqui, con la que abre y cierra el cuento —Luis Augusto Blanqui fue referente del movimiento revolucionario francés en 1848 y autor de La eternidad de los astros, título que Bioy también menciona en el cuento—; así como la cita de Cicerón: Según Demócrito, hay una infinidad de mundos, entre los cuales algunos son, no tan parecidos sino perfectamente iguales.

La trama se va tejiendo en torno de esos tópicos literarios: los mundos paralelos, el desdoblamiento en el tiempo, la capacidad de teletransportarse, como anteriormente había sido la creación de un tiempo capturado y recreado solo por las imágenes en La invención de Morel; o la alteración de los sentidos, el modo diferente y cuestionado, por lo tanto, de experimentar la realidad en Plan de evasión.

No he podido leer, mientras escribo esta crónica, la totalidad de los cuentos que componen La Trama Celeste. Pero he encontrado en esta historia una continuidad que no aplana, sino que agiganta mis ganas de seguir leyendo a Bioy.

Quizás por ese guiño que me convierte en cómplice de su maquinaria, cuando incluso escribe: Morris está más que dispuesto a escuchar mis planes de evasión.

 

Segunda parte (30 de mayo)

 

En esta continuidad del viaje, una detención. El motivo: intuir que tenía que regresar en busca de algo pasado por alto en el camino recorrido. Y así lo hago mientras comprendo, al mismo tiempo, que este volver no es, en realidad, un ir hacia atrás. ¿Quién ha dicho que estoy transitando un camino lineal? Es cierto que por imponerme un sistema voy respetando la cronología de fechas que las mismas publicaciones de la obra de Bioy me propone. Pero la lectura, como la vida misma, es solo una ilusión que escapa despistándonos de la noción de tiempo; como señala Bioy: a veces para leer una página he tardado un día entero (“El otro laberinto”). Y porque la lectura de un texto remite siempre a uno o a varios textos ampliando de este modo el propio universo de lo que vamos leyendo, trasladándonos hacia espacios que escapan al límite de la página, infinitamente. La biblioteca de Babel, me diría con una sonrisa Borges, quién ya ha escrito mejor y más bonito sobre el tema.

Por lo tanto regresar sobre algunas huellas y desandar parte del camino, en realidad, me lanza a la posibilidad, inalcanzable y vertiginosa, de los no límites y a la doble, o múltiple, dimensión en la que el reencuentro con mi propia escritura —la de la primera parte, escrita hace más de un mes— me pone en total correspondencia con esta escritura del hoy (que tampoco es la del presente), en un diálogo que solo busca, y afanosamente, reinterpretarse, porque muchas páginas están escritas en líneas que se cruzan (“El otro laberinto”).

De eso trata la maravilla que propone la trama, de perderse sin remedio por su entramado.

Y en ese tejido busco, con la mirada más atenta, encontrando aquello que repito, creo haber pasado por alto.

Ya anduve por aquí, pero quizás hoy el rayo oblicuo y luminoso que atraviesa la copa de los árboles hace la diferencia esta tarde y esa luminosidad descubre detalles, matices que antes no fueron captados.

Me siento a disfrutar entonces de los seis relatos que conforman La Trama celeste: “En memoria de Paulina”, “De los reyes futuros”, El ídolo”, “La trama celeste”, “El otro laberinto” y “El perjurio de la nieve”.

Relatos fantásticos en los que vuelve a aparecer la instancia de lo onírico como el espacio necesario para que se produzca el desplazamiento misterioso de los personajes; donde se plantea un enigma, del que no se brinda mucho detalle pero que abre el interrogante para querer saber más de la la historia hasta el desenlace.

Atenta a la propuesta del narrador testigo, o vocero de los hechos, porque alguien tiene que asumir esa obligación de contar para señalar qué fue lo que sucedió y quién fue en definitiva el héroe.

Las historias se multiplican dentro de un mismo cuento, como correspondiéndose con el tema del doble, en algunos casos con el del plagio.

Las mujeres siguen siendo inalcanzables y los amores, por lo tanto, imposibles.

Como resume Pedro Barcia —en el prólogo a la edición 2011, de Castalia—:

 

[…] concibió una trama celeste (o divina) donde conviven un asesino pasional, un hombre sometido al arbitrio de animales mutantes, una víctima perseguida por los sectarios del culto al perro, un hombre que traspasa una puerta y retrocede dos siglos, y otro que, mediante un rito mágico, detiene el tiempo. Y, junto a todas estas historias, la pieza que da título al conjunto: “La trama celeste”.

 

Y por fin el tema de la memoria, la mejor posibilidad de mi ser, como el refugio en donde me libraría de mis defectos naturales, de mi torpeza, de la negligencia, de la vanidad (en “La memoria de Paulina”).

Aunque, lo sabe bien Bioy, haciendo honor a la dedicación que le impone su oficio: una cosa es recordar; otra, escribir (en «Los reyes futuros»), y para eso es necesario, como yo en esta tarde que ya se adormece, detenerse y dar cuenta de ello.

Había escrito Borges en el prólogo a La Invención de Morel:

 

[…] Despliega una odisea de prodigios que no parecen admitir otra clave que la alucinación o que el símbolo, y plenamente los descifra mediante un solo postulado fantástico pero no sobrenatural […].

 

Creo que las líneas corresponden también para estos cuentos en los que Bioy despliega con maestría su capacidad para “simplemente contar”, canon personal que comparte en mi biblioteca con Castillo, Tizón, Onetti, Soriano, Walsh, S. Ocampo, Borges, Cortázar, entre otros que habitaron estos pagos en un momento determinado de nuestra literatura.

Cada vez que veo las bibliotecas donde se nutren los niños bien educados, pienso que tuve suerte; nadie seleccionó para mí los libros que debía leer, nadie se inquietó de que lo sobrenatural y lo fantástico se me impusieran con la misma validez que los principios de la física o las batallas de la independencia nacional, escribe Julio Cortázar.[1]

 

Palabras más, palabras menos fue lo que sentí a medida que iba avanzando por los cuentos de este volumen: el agradecimiento por todas aquellas lecturas que fueron nutriendo la imaginación de Bioy. Sin dudas, ellas han contribuido, y en mucho, a la construcción de tan admirable ficción.

Suerte haber seguido mi intuición.

 

 

 

 

[1] Julio Cortázar, Notas sobre lo gótico en el Río de la Plata, 1975.

 

 

 

 

      

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María Claudia Otsubo