I
Hay libros que se heredan, entre ellos Bomarzo.
Llegó a mi biblioteca, haciéndose lugar, como podía entre Muñoz Molina y Hugo Mujica, en el pequeño (y lo lamento) espacio destinado a los otros libros de Manucho. Allí quedó por casi tres años viéndome pasar, recibiendo cada tanto una caricia involuntaria cuando mi mano andaba por su vecindad buscando otros autores.
Bomarzo es de lectura ardua y reclama desde el inicio la atención plena. Sobre todo, invita a detenerse, suspender todo lo demás para dedicarse a leer y eso hoy, en un presente de vértigo, ya es mucho.
El relato, en el que escasean los puntos aparte, nos sumerge en la genealogía de Pier Francesco Orsini, que es también tanto la historia de Roma como de Florencia; un recorrido, con detalle de apellidos y dinastías, abrumador y a la vez, por su prosa rica y cautivadora, admirable. Extensos párrafos, separados por un espacio van develando la historia de Orsina, la tragedia y su destino, anunciado al nacer. El horóscopo, es el título del primer capítulo, nos invita a explorar en ese sino misterioso e inexorable.
Mi primera sensación es que avanzo con lentitud.
Y de pronto estas líneas:
Mi gran placer sensual ha derivado siempre -aún hoy persiste esa jerarquía- de la felicidad de los ojos. Ni el orden melódico más exquisito, ni el aroma más raro, ni el contacto de la piel humana más dorada y suave, ni el vino, ni el beso, pueden procurarme el goce que los ojos me brindan. (pág.82)[1]
Ah…, es tanto el placer que me produce este guiño de Mujica Laínez que de inmediato me reconcilio con la lectura y continuo.
Ahora sé que no puedo abandonarlo.
II
Tres años le llevó a Mujica Lainez la construcción de Bomarzo. Lo cuenta en una entrevista que se encuentra fácilmente en internet[2]:
Una construcción a la manera de Pier Francisco y el jardín de estatuas de piedra, el «célebre parque de los monstruos» en su castillo de Bomarzo.
Por tres años este libro permaneció a la espera en mi biblioteca de los aún por leer. Para Mujica Lainez que era un apasionado de los números y la magia, esta coincidencia tendría un interesante significado.
He comenzado ya la segunda parte (según mi versión dividida) y pido prestados algunos párrafos que se encuentran casi al final del capítulo IV -Julia Farnese.:
Cada pintor se retrata a sí mismo, porque cada pintor recoge y subraya en el modelo lo que se le asemeja y se activa y brota a la superficie, llamado por su pasión. Cada uno de nosotros se ve a sí mismo, en los demás. Somos ecos, espejismos, reverberaciones cambiantes. (pág. 256)
y,
¿Sabemos algo, nada, de nadie? ¿Por ventura conocemos a alguien, a su última verdad sellada? ¿Qué sabía yo de mi padre?
Tan similar a la pregunta que se hace la protagonista de Kawanabe[3]: «¿Cómo aceptar entonces que no hemos sabido todo sobre la persona que amamos?». (pág. 110)
III
Anoche copié en mi libreta de citas, una de Ignacio Navarro relacionada con el arte y la percepción del artista. Más tarde, regresé a la lectura de Bomarzo, embargada por ese detenimiento, para entonces pensar que la lectura de esta novela, produce el mismo movimiento que provoca asistir a una obra de arte: uno se aleja para contemplarla mejor; luego, se acerca buscando el detalle; enseguida, vuelve a alejarse para abarcarla en su totalidad o, simplemente, se queda de pie, una mano prendida al corazón, en silencio, para emocionarse al admirar. Porque a veces, se trata solo de eso.
IV
Busco el retrato que dibujo Lorenzo Lotto sobre el protagonista de Bomarzo, Pier Francesco Orsini. Mujica Lainez me incita a la búsqueda y comprendo que necesito verlo para poder continuar.
Existen infinidad de guiños insertados en la novela como, por ejemplo, la referencia a Ariosto y su Orlando furioso; ya que la trama se sostiene en ese exhaustivo trabajo de investigación histórica sobre el Renacimiento, y todavía aún más.
Pero no todos estos desvíos resultan tan sencillos de rastrear, como pudo serlo la búsqueda del pintor y su cuadro en internet. El Retrato de un gentilhombre en su estudio, pintado por Lorenzo Lotto en 1527, hoy exhibido en la Galería de la Academia en Venecia.
Enseguida trato de recordar si mi mirada se detuvo, tan solo un instante, escapando a la asediada y visitada Venecia, en ese cuadro alguna vez. Cada detalle está puesto de relieve en el relato de Mujica Lainez, como si buscara transmitir el sentimiento que seguramente sobrecogió a Pier Francesco al ser pintado. La imagen en la pantalla de la computadora, recupera aquel verso de “Soneto en movimiento”[4]
Su espalda recortada por la luz
dibuja contrapuntos de palabras
no hay espesura en la figura
ni en el reflejo de la ventana.
V
He regresado.
He vuelto de Bomarzo y escribo estas pocas líneas que, con mucha admiración, intentan expresar lo que me ha provocado el viaje.
«[…] porque quien recuerda no ha muerto…», dice Pier Francesco, concentrando en esas pocas palabras (de la colosal obra) el nudo de su relato: una historia sobre la memoria, y la afirmación que es ella, la memoria, la posibilidad que nos eleva sobre el resto de las especies y nos hace inmortales.
“De noche…estamos más cerca de Dios”, ha puesto en la voz de otro, Mujica Lainez.
Tal vez se trata de eso.
De caminar decididos hasta el Bosque donde se erigen los monstruos para sentarnos sobre las piedras y escuchar el rumor de la historia, al anochecer, cuando la melodía infinita, que solo recupera la memoria, nos abre a la ilusión efímera, como un destello de luz, de permanecer para siempre; en un verso, en una palabra, que se compone mirando hacia el cielo, para vivir por ella para toda la eternidad.
[1] Mujica Lainez, Manuel. Bomarzo, Literatura Contemporánea Seix Barral, Editorial Seix Barral S.A., Barcelona, 1984
[2] www.youtube.com/watch?v=s4qVdIzAJGE.
[3] Otsubo, María Claudia, Kawanabe, Ed. O, Buenos Aires, 2015.
[4] Otsubo, María Claudia, Diminuto verde, Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 2018