SAÚL SOSNOSWKI – Un hombre de paso

UN HOMBRE DE PASO

Crónica sobre las novelas de Saúl Sosnowski

 

I

 

Rescato para el título de esta crónica de lectura las palabras publicadas en la segunda novela de Saúl Sosnowski, El país que ahora llamaba suyo (2021)[1], precisamente las escritas en la página 84. Ellas cifraban también mi lectura de Rasgada obsesión (2025)[2] la última novela que Saúl publicó y presentó recientemente en Buenos Aires.

Sosnowki reside en EE.UU. hace muchísimos años. Es profesor de literatura y cultura latinoamericana de la Universidad de Maryland, College Park y, además, es director de la Revista Hispamérica desde 1972.

Lo conocí, primero de modo virtual, a través de Roberto Ferro; en persona el año pasado cuando Hispamérica le dedicó un número aniversario a Julio Cortázar, festejando el evento en nuestra Biblioteca Nacional.

La invitación a la presentación de su nuevo libro suponía que Saúl estaría unos días en mi ciudad.

Comenzar a leerlo antes del evento era un modo de anticipar su llegada.

Recuerdo de ese primer acercamiento –el subrayado en la hoja fue inmediato– haberme detenido unos instantes en el primer párrafo; sobre todo, en la dos primera líneas: “Se habría deslizado por una ranura; un recuerdo olvidado en la celda de los paréntesis”. Luego, al finalizar el recorrido de la novela, comprendería la fuerza de esa primera imagen, y las celebraría.

La historia se inicia cuando Carlos, el protagonista, termina de visitar una muestra testimonio del exterminio judío. Enseguida quedé inmersa en su universo de pasos, los de Carlos, y en el de los cuerpos femeninos recortados en piernas y zapatos. Carlos parece medir el mundo desde ese plano, tanto para pensar como para observar. El recorrido es el del caminante: en esa deriva del andar y en esa distancia (sobre esta palabra regresaré más adelante) que media entre un punto y otro, establecida por los pasos, encuentra el lugar propicio para que también eche a circular el pensamiento, el suyo; con intensidad, el suyo.

Caminatas sin rumbo en las que pensaba como si escribiera, como si estuviera en algún debate, remitiendo el presente más inmediato a un pasado cada vez más lejano y, al mismo tiempo actualizado. Cuadra tras cuadra como si alguien estuviera a su lado. (p.31)

 

Martín Kohan, partícipe de la presentación del nuevo libro[3], señaló que se trata de una “novela de huellas”. Mi mano retuvo esas palabras con la avidez de un hambriento. Kohan tenía la envidiable habilidad de encontrar en pocas palabras lo que me había deslumbrado del texto.

“Carlos no puede dejar de pensar”, también dijo enseguida.

Como lectora, también yo lo había hecho desde el inicio de la lectura, concentrada, además, casi “obsesivamente” en el título del texto, intentando descubrir de qué trataba esa obsesión.

Ana María Shua, la otra invitada a la presentación, y autora de la contratapa del libro, señaló que la novela podía leerse como “un thriller del pensamiento”. Recuerdo haber sonreído al escucharla. Mi sonrisa era porque ese descubrimiento, el mío había sido previo a la enunciación de Shua -envidiable, por cierto, como me había ocurrido con Kohan, para poder ponerlo en palabras-. Mi sonrisa esa tarde fue la del cómplice, entendido éste como el compinche o el camarada unidos en la actividad, como lectores, de conspirar por entre las líneas de los textos.

Pero estas cuestiones llegaron después de la lectura. En ese momento previo del encuentro entre el libro y yo, me fui deslizando por esta deriva que me proponía Carlos, por los encuentros amorosos con Sofía y por la búsqueda de regresar a ese pasado que marcaba también su propia historia (“entre ruinas y pasiones”, señalaría con acierto Shua).

Tanto en esta primera lectura como en el día de su presentación, cuando confirmé ese deseo, supe que iba a ser necesario leer esta suerte de “trilogía”, palabra de Kohan: las tres novelas de Sosnowski escritas entre el 2020 y el presente 2025.

 

II

En el interín, una pausa para un fin de semana a puro sol, en una geografía muy próxima a Imbassaí, y al borde del mar, recordando como siempre a mi querido amigo y profesor mientras iba pensando en esta escritura que hoy tecleo, sopesando cada palabra, levantando la cabeza cada tanto para encontrar la justa, madurando entonces, como si lo hiciera en un caldero a fuego lento, la escritura ya conocida de Sosnowski, anticipando la de por-venir con la lectura de sus dos novelas anteriores.

Las conseguí no bien regresé.

Obediente, como he sido siempre en mis recorridos por un autor, casi como un toc, cotejé las fechas y comencé por la primera Decir Berlín. Decir Buenos Aires (2020)[4].

Comencé a leerla dejándome acompañar, casi enseguida, por la voz de Nana Mouskouri. Nana había sido nombrada en la primera página de la novela leída. ¿Desde cuándo para el escritor? ¿Era ella una de sus hermosas obsesiones?

Encontrar la playlist de Mouskouri fue apenas un click, ella ya aparecía en los favoritos de mi sitio. Ella suena incluso ahora, cuando escribo esta crónica.

 

III

La segunda novela, con contratapa escrita por Martín Kohan, repite de algún modo el esquema de la tercera novela. En este caso se trata de Alejandro Subbas. Un hombre que también precisa salir a caminar para regresar a las raíces. Así en la página 57 leo:

Por esas pisadas retornó a figuras que portaban sus propias raíces […] Rutas trazadas por un acto de fe […] Senderos, tránsitos, marchas forzadas, cuerpos desechados, señas grabadas en cada cruce de caminos

 

La voz de Mouskouri cantando The White Rose of Athens, aumenta la nostalgia que provocan estas imágenes escritas.

Antes de continuar, curiosa, me detengo en el apellido del protagonista. Así encuentro que subbas “se refiere al rango de frecuencias más bajas en la música, por debajo de los 60Hz que a menudo se sienten más que se escuchan y son cruciales para dar profundidad y peso a una canción…” (IA). Enseguida pensé en el contrabajo, luego me entero que existen unas flautas llamadas “Subbas recorder” que producen ese sonido un este rango de baja frecuencia.

Así creí reconocer era el andar de Alejandro, haciéndole honor a su apellido, profundo y hondo su andar por debajo de los demás sonidos de la ciudad. Un hombre que escribe, piensa, camina (incluso bajo la lluvia) y, que cuando todo eso no le basta, nada:

Renegando del auto que siempre estaba a mano, encontraba excusas para salir a caminar. Algo que le faltaba, algo que podría necesitar. Así, o nadando, despejaba telarañas y diseñaba lo que le viniera en mente: proyectos, propuestas, la fundación que quizá llegaría a darse, algún texto. Todo trazado en tierra o pasado por agua. (p. 28)

 

El protagonista, al igual que en la novela ya leída, se cruza con una mujer, Tamara (¿era ese el nombre de aquella mujer que había cautivado a Jorge Cáceres en Italia?).

La distancia entre ambos es de apenas la que media entre dos puertas de una misma planta de edificio. Dos puertas, dos ciudades me propone la novela; un recorrido para comunicarlas y al mismo tiempo una escritura que se despliega en una pared blanca para preguntarse por su propia identidad. Y la búsqueda que se traza en el mapamundi que se va diseñando como una huella. Como también en ese camino hacia la otra puerta, es un recorrido por momentos angustiante, inseguro, como lo es también enfrentarse a la memoria, siempre un desafío, un salir de una zona de comodidad: “Se cansaría algún día de ser habitante de él mismo? ¿Llegaría alguna vez a…? ¿A qué?” (p. 77).

Alejandro y Carlos se parecen (o debiera escribirlo al revés, Carlos se parece mucho a Alejandro), pero la diferencia entre ambos es que en el medio aparece la segunda novela de Saúl Sosnowski, ya citada, El país que ahora llamaban suyo.

Y como esta es, felizmente, una crónica, casi como una carta que me escribo a mí misma, primero para pensar en lo transitado, para conversar con lo leído y, en definitiva, asir lo que luego mi débil memoria seguro olvidará. Para repetir ese acto que me ha contagiado Barthes de ir leyendo levantando la cabeza y apoyar no solo un dedo sobre la letra impresa, también poder hacer marcas y dejarme envolver luego por ellas, como un roce, casi una caricia, de una voz… En fin, como esta es una crónica, me permito decir que la segunda novela, aquella que llego entre una y otra distancia de geografía y años, es la que más me gustó.

 

IV

Sin saber de qué trataba, temiendo en algún punto que volviera a repetirse el esquema de las dos anteriores, escribí en la portada (como suelo hacerlo junto con mi nombre y la fecha de inicio de lectura en cada libro): “Segunda lectura para conocer más”. Y vaya si así fue.

El protagonista en esta novela es uno, pero al mismo tiempo es otro. Es el que camina por un país, pero también es aquel otro que dejó huellas en el otro, del otro lado del mar.

Nostalgia, melancolía son las palabras que fui anotando a medida que iba leyendo hasta llegar a esa página de la que nacerá el título de mi escritura.

Por momentos el hijo, por momentos el padre.

Y a su vez el vínculo entre ambos, como lo fue el del padre con su propio padre.

Una historia sobre el nombre y sobre la “ajenidad” (p. 43), sentimiento que los años no logran borrar, como una marca indeleble sobre la piel que va más allá del idioma, pero que se encarna en el lenguaje, cuando el idioma es vivido como un estigma.

Las distintas casas, la del hijo, la del padre y a su vez la de los padres del padre.

¿Y la madre? Ella tiene en sus manos el tesoro de la voz, ella es la que atesora los recuerdos. Ella es la lengua, la que se escucha y a la que se vuelve en el andar por la vida.

Toda la sensibilidad de Sosnowski se despliega en desmesura en esta novela que se desarrolla en el “país para siempre” (p.97).

No pude dejar de emocionarme en esta cuestión del nombre.

En mi caso despojado de la emigración forzada, de las muerte y destrucción (como fue la barbarie antisemita), no deja de evocar, sin embargo, lo que se perdió. Mi ser Otsubo, sobre lo que he escrito en Kawanabe[5]: “Supo que su origen se develaba en esa pequeña libreta que entregaba en el mostrador; el origen se clarificaba en esa primera enunciación anónima”. (p. 15), como en cuentos y poemas, me conectó profundamente con la lectura de Sosnowski.

En ciertos momentos recordé la novela de Tununa Mercado, Yo nunca te prometí la eternidad (2013) “¿No es así la nostalgia, un algia que ilumina lo perdido?”.

Al finalizar la novela, comprendí porque Carlos no es igual a Alejandro.

Carlos llega después que ya se ha contado y su tarea ya no es trazar un mapamundi en una pared, sino pensar para comprender, para no olvidar, sobre lo ya vivido, pero también sobre el presente. Carlos tiene entre manos un proyecto y el encuentro maduro con Sonia es el “paréntesis” que le permite seguir adelante.

Para finalizar, allá por la página 106 de la segunda novela se menciona algo así como “sentirse en casa”. Se refiere a mucho más de lo que voy a escribir aquí ahora, pero me completa en cuanto a lo que provocaron estas lecturas. Sentirse en casa para Sosnowski es más que una experiencia vital y para eso saberlo es necesario leer estas tres novelas, en el orden que se quiera, sin recomendación de empezar por ningún lado. El oído atento sabrá encontrar el sendero del recorrido.

Por mi parte, he tenido el inmenso placer de compartir unos días con el hombre que estuvo de paso.

 

[1] Sosnowski, Saúl. El país que ahora llamaba suyo, Ed. Paradiso, Buenos Aires (2021)

[2] Sosnowski, Saúl, Rasgada obsesión, Ed. Paradiso, Buenos Aires (2025)

[3] Presentación de Rasgada obsesión en la Librería del Fondo y Centro cultural, CABA, 21/8/2025.

[4] Sosnowski, Saúl. Decir Berlín, decir Buenos Aires. Ed. Paradiso, Buenos Aires, 2020.

[5] Otsubo, María Claudia. Kawanabe. Ed. Series O. Bs. As. 2012

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