(en tiempos de coronavirus)
En 1942, Adolfo Bioy Casares publica la novela Plan de evasión.
Llego a ella hoy por una edición heredada y firmada por mi madre.
Antes de comenzar la lectura, escribo en la portada:
En la línea cronológica,
la palabra nos enlaza.
A continuación leo con deleite la dedicatoria de Bioy: a Silvina Ocampo.
La sigue una cita en inglés, un verso de un poema de John Donne, Hymne to God my God, in my Sicknesse —Himno a Dios, Dios mío, en mi enfermedad—.
Investigo y encuentro que: John Donne fue el más importante poeta metafísico inglés de las épocas de la reina Isabel I, el rey Jacobo I y su hijo Carlos I. La poesía metafísica es más o menos el equivalente a la poesía conceptista del Siglo de Oro español de la que es contemporánea«[1]).
Intento una traducción del verso:
Whilst my Physitians by their love are growne // Cosmographers, and I their Mapp…
Mientras mis médicos por su amor crecen// Cosmógrafos, y yo su mapa….
La pérdida melodiosa del original no obtura el sentimiento que provoca: desolación y soledad del cuerpo enfermo y expuesto.
Esta cita, como los intertextos que se irán colando en la narración reenvían al rico universo de lecturas con el que Bioy construye su ficción. Su escritura se nutre en esa vasta biblioteca, denotan su conocimiento y curiosidad por temas que, quizás, años más tarde y, con tanta información servida en bandeja gracias a internet, pasamos por alto. Saber es aprender a vivir, me diría mi sobrino Martín, licenciado en filosofía, parafraseando a los epicúreos.
Por experiencia, sé de la íntima relación entre la lectura y la escritura. ¡Cuánta biblioteca me falta!, pienso recordando las palabras de Borges en una entrevista: Uno llega a grande no por lo que escribe, sino por lo que lee.
En la novela que estoy leyendo, los intertextos son múltiples y se convierten, como señala en su análisis Mercedes Riva[2], en puntales sobre los que Bioy piensa y construye la trama: “Los juicios de Oléron”; un “Larousse”; la vinculación con la poesía: Nevers escoge el título de Rimbaud para definir sus primeros días en Cayena, una temporada en el infierno; la música, la filosofía o la psicología —como William James— y, por supuesto, el diálogo que se establece con otros autores del género fantástico.
La novela transcurre en unas islas en el Caribe.
La proximidad con La invención de Morel, es muy estrecha, apenas han pasado cinco años entre una y otra.
En una de estas islas funciona una cárcel, allí será destinado el protagonista, el teniente de navío, Enrique Nevers, por decisión de su padre, en castigo por una falta que ha cometido (no sabremos cuál es); lo que le ha valido tener que alejarse y madurar por un año en el destierro.
Nevers es «un héroe inadecuado”, como señala su tío, narrador de la novela y destinatario del epistolario que le escribe su sobrino.
En la primera carta, con la que comienza la novela, Enrique Nevers nombra a Irene, su prometida en Francia, sospechando ya, según le escribe a su tío, que la distancia provoque en ella una inconcebible traición. También hace alguna referencia a su vida anterior al destierro, los días de bohemia, a la que no le escapa el roce con el borde ilusorio de la metafísica.
La similitud entre el fugitivo de La invención… y Nevers no solo está dada por el espacio geográfico en que se fija la narración, las islas, también por las lecturas que acompañan a los protagonistas, como El Tratado de Isis y Osiris, de Plutarco, y en lo forzado de la nueva situación de vida, de la que ambos ansían huir. También los une ser testigos y parte de un experimento: la tentativa de construir un mundo artificial, suplantado por imágenes en el caso de la Invención; alterando la percepción de los sentidos, en el caso de Plan.
Para el lector, como para el mismo Nevers, lo que ocurre en una de las islas donde se ha refugiado el gobernador Castel es un misterio. Nevers usará un bote para llegar hasta Castel, aunque tanto el derrotero como lo qué encontrará allí será incierto. Porque, como señala el narrador: […] guiado por su invencible instinto de perder las oportunidades, ya que:
No le faltaba coraje para hablar; le faltaba coraje para enfrentar las consecuencias de lo que decía. Se declaraba desinteresado de la realidad. Las complicaciones le interesaban.
Nevers se debate entre dos sentimientos: ir en la búsqueda de aquello que intenta descubrir, la sospecha de que algo está sucediendo, tanto puede ser una rebelión o torturas a los presos —algo oculto detrás del camouflage que ha preparado el gobernador Castel—y el deseo de irse lo más pronto posible de ese lugar para regresar junto a Irene.
Esa ambigüedad atenta contra su propio «plan» y provocará los escollos que le impiden escapar. Nevers pronto se verá envuelto en una cada vez más delirante investigación, del que (y en un juego irónico e interesante del autor) el mismo narrador se exime de culpa: No rehúyo responsabilidades, pero no he de cargar con las que no merezco; ya que él es solo quien cuenta los hechos.
El experimento de Castel se devela ya en los finales de la novela, en las notas reunidas en una carpeta dirigida a Nevers, que incluye la confesión de Castel, con una explicación vinculada al campo de la ciencia y la metafísica, escrita por momentos en un tono extremadamente poético:
[…] ahí el sabor de una gota de agua de mar, ahí el viento en las oscuras casuarinas, ahí una aspereza en el metal pulido, ahí la fragancia del trébol en la hecatombe del verano, aquí tu rostro.
Nevers las leerá durante la noche que antecede a su misteriosa muerte y, a su vez, escribirá luego unas notas personales como un modo de entender lo que está ocurriendo aunque termine concluyendo que Toda fantasía es real para quien cree en ella.
Sobre el final, sin embargo, una nueva carta (la primera había aparecido en la mitad de la novela) de su primo, Xavier, alter ego de nuestro protagonista en la que dice: […] yo no soy un literato, un simpático bohemio, sino el capitán de fragata Xavier Brissac […] hombre de su Patria, de su Familia, un ordenado.
Esa carta, escrita también al narrador desde la isla de la Salvación, plantea un final abierto en la novela, con temas recurrentes como un nuevo destierro, la repetición de la ausencia de Irene, más la presencia amenazante de los transformados y la sospecha de que pudo ser él el responsable del asesinato de Nevers.
Nada se cuenta, nada se develará luego del etcétera con que termina el último fragmento de la carta.
No importa —había escrito Nevers, sin embargo—. Ni siquiera importa a dónde se llegue. Importa el exaltado, y tranquilo, y alegre, trabajo de la inteligencia.
Al cerrar el libro, intentando contener dentro de las tapas las hojas que han sido incapaces de resistirse al paso del tiempo, pienso en esta incursión por la que me ha llevado Bioy Casares.
No hubo un plan de mi parte, pero su lectura me ha permitido evadir el refugio de las paredes.
He recibido el calor sofocante, he navegado por el mar del Caribe, he llegado a las islas y he asistido a la posibilidad de observar el mundo de un modo diferente, alterando los sentidos para ver qué sucede.
¿Podré —como postula Castel— construir mi utopía ficticia para que entonces con un cambio en el ajuste de mis sentidos haga quizá, de los cuatro muros de esta celda la sombra del manzano del primer huerto?
[1] https://es.wikipedia.org/wiki/John_Donne
[2] “La escritura paródica de Plan de Evasión y Dormir al sol, de Adolfo Bioy Casares» en http://institucional.us.es/revistas/philologia/4_1/art_3.pdf