Vivir entre lenguas
Siempre escribí afuera: a la intemperie
Llego a su última novela publicada, en 2016.
Silvia Molloy llega a esta escritura habiendo ganado tres premios importantes: la “Beca Guggenheim” en 1986, el “Premio Konex” al Ensayo Literario en 1994 y nuevamente el mismo premio en el 2014.
Instalada definitivamente en los Estados Unidos desde hacía décadas “donde ejerció la docencia y llegó a convertirse en 1974 en la primera mujer en conseguir un puesto titular en la Universidad de Princeton. En 2007 fundó la maestría en escritura creativa español en la New York University, la primera en los Estados Unidos”.[1]
En el 2012 explicitó, tan en consonancia con el inicio de este último texto: “Para simplificar, a veces digo que soy trilingüe, que me crie trilingüe, aunque pensándolo bien la declaración complica más de lo que simplifica”. (p. 7):
Me interesan textos que van por lados insólitos, incluso el ir de una lengua a otra. Tengo ese conflicto lingüístico desde un comienzo, ya que escribo en castellano, pero me resuenan frases en otros idiomas.[2]
Molloy vuelve a trabajar sobre la memoria, pero para reflexionar ahora sobre su vínculo con el lenguaje, y con lo que el lenguaje soporta o contiene.
De inmediato me traslado a mis conversaciones con mi nieta brasilera, a la que le hablo en español y, a la que intento entenderle en portugués, ambas sumergidas en un pacto secreto de una nueva lengua creada entre las dos cuando nos embarullamos en algún juego.
Molloy, la narradora, internalizó ese conjunto de lenguas.
En principio el inglés (su padre) y el español (la madre) más adelante el francés (por el lado materno) como la lengua que debió recuperar, que habla tanto de ese vínculo materno que en tantos textos suyos aparece como una búsqueda inalcanzable.
“’Perder’ una lengua es quedarse deslenguado”, señala justamente en “Pérdida”, relato que como en el libro anterior marcan el ritmo: la brevedad. La evocación no solo permite narrar también, reflexionar sobre sí misma, sobre su ser hoy. Ese ser/estar al que se ha referido tantas veces, sobre todo, siendo una escritora que, de algún modo, se ha visto obligada o no, pero así fue, a ser/estar en otras orillas y en otra lengua.
Escucho a Charles Trenet mientras escribo, tal como lo hacía la narradora junto a su hermana mientras tomaban las clases de francés con Madame Suzanne.
Como en el texto anterior los relatos se disfrutan.
Los escenarios se despliegan tanto como los personajes y las situaciones como si se pudiera asistir a ellos, con el agregado de que los finales siempre son el espacio donde Molloy ajusta el ojo sobre sí expandiendo el alcance de lo que está escribiendo. Como si dijera, y son mis palabras: “Hay más que esto que he sido, de esto que me ha constituido, ese más allá es lo que me interesa dilucidar con ustedes”.
Apago a Trenet, me resulta insoportable, y busco otras canciones francesas, para enseguida citar:
Quiérase o no, siempre se es bilingüe desde una lengua, aquella en la que uno se aposenta primero, siquiera provisoriamente, aquella en la que uno se reconoce. Esto no significa aquella en la que uno se siente más cómodo, ni tampoco la que uno habla mejor, ni menos la que se usa para la escritura. Hay (es necesario encontrar) un punto de apoyo y desde ese punto se establece la relación con la otra lengua como ausencia, más bien como sombra, como objeto de deseo lingüístico. (p. 18).
Vivir entre lenguas por momentos hace pie en el ensayo, hay opiniones y citas que responden más a un pensamiento académico; el límite no está definido como tampoco lo estaba cuando Molloy abordaba la autobiografía y la ficción. Y aplaudo esa indefinición que me permite transitar por las clases de francés de la infancia como por la voz crítica sobre el escritor argentino Hudson.
Reflexiono con Molloy. Voy tomando algo de ella y aportando lo mío para reflexionar también sobre la lengua.
La lengua como herramienta de poder y la lengua de “los menos afortunados”.
O sobre la lengua que se elige, cuando se dan esas opciones, una instancia que no logro apresar (que siempre he envidiado, sobre todo porque me fascina la traducción) porque soy monolingüe.
La lengua afectada por cuestiones de clase, por ese extranjerismo que tanto nos ha gustado (y continúa gustando) a los argentinos.
Tantas lenguas denostadas como sucede con el hermoso guaraní o las lenguas que deben olvidarse, como le sucede a Elie Wiesel (según leo en el texto), luego de dejar Auschwitz: “Quería demostrar que había entrado en una nueva época, probarme a mí mismo que estaba vivo, que había sobrevivido. Quería seguir siendo el mismo, pero dentro de otro paisaje” (p. 45).
Cierro esta primera aproximación a Silvia Molloy.
Leo antes algunas notas en los diarios locales. Me molestan mucho los titulares y busco alejarme de algunos encasillamientos. Su pluma, como la pluma de Tununa vuela mucho más alto que esas cuestiones.
Muere lejos de su país, por elección propia o no, no logré determinarlo.
Pero, sí que prefería continuar así, yendo y viniendo, con un pied a terre, por la vida, como su escritura, desplazándose.
[1] “Sylvia Molloy, la autora que marcó el pulso de la literatura latinoamericana a fuerza de innovación” elDiarioAr, 14 de julio 2022, en https://www.eldiarioar.com/cultura/sylvia-molloy-autora-marco-pulso-literatura-latinoamericana-fuerza-innovacion_1_9172811.html
[2] En el mismo sitio recién citado.